sábado, 12 de enero de 2008

Graffitis, Ética y Estética

Los padres de los alumnos del colegio Sagrado Corazón no quieren que sus hijos reciban educación en Aluche, porque, según manifestó don Guillermo Maylín, responsable del centro de inspiración católica, los grafitis hubieran supuesto un “impacto” para los alumnos más pequeños; finalmente, los niños acudirán al el colegio Highlands, ubicado en El Soto de la Moraleja…
Así, pues, ¿debemos entender que los grafitis provocan traumas a los niños? ¿Deberemos encausar a los” graffiteros” como “maltratadores” de menores o como “terroristas estéticos”? Desde hace años, vengo manifestando mi opinión sobre los graffitis, que me parecen atentados al orden ciudadano, producidos por adolescentes y jóvenes inmaduros, sin sentido del respeto a los demás, empeñados en manifestar su narcisismo al amparo de la desidia municipal (parece ser que esta circunstancia está a punto de cambiar) y de los juicios de ciertos especialistas en arte contemporáneo, que defienden el carácter artístico de esta forma expresiva. Sin negar esa posibilidad (el graffiti pudiera ser una forma de expresión artística), también creo que esos “artistas” deberían realizar sus “obras” en las viviendas de los mencionados “especialistas”, para que dejen a los demás tranquilos, con las paredes pobres de “arte”, pero honradas y limpias, como conviene a la dignidad de las clases menesterosas.
 

Sorprende que el “responsable” de un colegio confesional, experto en educación él mismo, no encuentre un argumento más imaginativo para justificar la actitud de quienes no están dispuestos a consentir que sus hijos frecuenten un barrio de trabajadores, con una “mentira piadosa” tan inoportuna. La descalificación de los graffitis por esa vía recuerda los argumentos empleados para construir la idea del “arte degenerado”:
«Del mismo modo que hace sesenta años habría sido inconcebible un descalabro político de la magnitud del actual, no menos inconcebible hubiera sido el derrumbamiento cultural que empezó a revelarse a partir de 1900 en concepciones futuristas y cubistas. Sesenta años atrás hubiese resultado sencillamente imposible una exposición de las llamadas "expresiones dadaístas" y sus organizadores habrían ido a parar a una casa de orates, en tanto que hoy, llegan incluso a presidir instituciones artísticas.
Anomalías semejantes llegaron a observarse en Alemania casi en todos los dominios del arte y de la cultura. Daba la triste medida de nuestra decadencia interna el hecho de que no era posible permitir que la juventud visitase la mayoría de estos pseudo-centros artísticos, lo cual quedaba pública y descaradamente establecido al utilizarse la conocida placa de prevención: "Entrada prohibida para menores".
Considérese que se tienen que observar medidas de precaución precisamente en aquellos lugares que debían estar destinados sobre todo a la ilustración y educación de la juventud y no a la diversión de círculos viejos y pervertidos. ¿Qué hubiera exclamado Schiller ante tal estado de cosas y con qué indignación hubiese Goethe vuelto las espaldas?
¿Pero qué son Schiller, Goethe, o Shakespeare en comparación con esos nuevos "genios" del arte alemán actual? Figuras anticuadas y en desuso, figuras superadas, en suma. La característica de esta época, es pues, la siguiente: no se conforma con traer impurezas, sino que por añadidura vilipendia también todo lo realmente grande del pasado. Ya al terminar el siglo XIX, casi en todos los dominios del Arte, principalmente en los ramos del teatro y de la literatura, se produjeron ya muy pocas obras de importancia y se solía más bien degradar lo bueno de tiempos pasados, presentándolo como mediocre y superado»
(Hitler, Mi lucha)
Si se plantea el asunto de los graffitis en términos éticos de ese jaez, estoy dispuesto a plegar velas y cambiar mis juicios sobre tan trivial expresión estética. ¡Enriquézcanse con ellos no sólo las barriadas del extrarradio, sino también las de los distritos “nobles”! No conozco el caso de ningún niño que se haya traumatizado por contemplar una pared “decorada” con la firma de un bolonio. Pero como profesional de la educación, me atrevo a sugerir que, aplicando los criterios del señor Maylín, se evite a los niños la contemplación de cualquier imagen religiosa de fuerte sentido dramático, como el Cristo yacente adjunto… porque esas imágenes sí que tienen un desmesurado potencial traumático.
 

Y no se preocupen los padres de los alumnos de los “corazonistas” si por alguna extraña razón deben acudir al distrito de Latina; los mafiosos y los traficantes en gran escala, los especuladores, los ladrones de guante blanco y demás delincuentes abominables no viven ni en Aluche ni en los alrededores: hace años fue cerrada la cárcel de Carabanchel, que ahora sólo es un monumento absurdo pergeñado por la desidia de quienes habitan en las zonas “nobles” de Madrid, algunos, incluso, muy cerca de donde estaba el colegio Sagrado Corazón.

1 comentario:

  1. Pues yo estoy con Maylín, no me extraña que se traumaticen los niños... me traumatizo hasta yo.

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