martes, 26 de mayo de 2009

La Alhambra, otro caso de gestión "peculiar"

Recuerdo tiempos mejores, cuando visitar la Alhambra era una aventura apasionante pero trivial... tal vez, apasionante por trivial. Si empleabas el automóvil, buscabas aparcamiento en las inmediaciones, sorteabas a las gitanas que pretendían leerte la mano o "regalarte" una flor, te acercabas a la taquilla, entrabas sin otro condicionante que tu propia excitación por recorrer los mismos espacios de Boabdil... y añorar una forma de vida regida por la memoria de Epicuro (naturalmente, el "Epicuro del sentir popular"). Y el paseo se transformaba en recorrido hedonista irrepetible en cualquier otro lugar o situación... La visita nocturna era orgiástica.
Los gestores de la Alhambra dijeron que la masificación turística imponía reformas... Ya no hay gitanas, pero para mi gusto la situación ha empeorado, porque han cambiado el antiguo "impuesto" por otro de cuantía superior y además nadie te obsequia claveles ni te augura un romance venturoso. Y, por supuesto, los cambios han llegado mucho más lejos, acaso, demasiado lejos.


Para empezar, es preciso adquirir la entrada con antelación mediante los servicios de una entidad financiera; la entrada sólo sirve para unas pocas horas; si acudimos en grupo, debemos dirigirnos a una "empresa" de comisionistas (por supuesto, "legalmente constituida", que aplica una "mordida" del 30 %) porque el banco no entrega más de diez por petición en el mismo bloque horario. Se argumentan razones de "conservación" para limitar el número de visitantes diarios... Es fácil imaginar la cara del visitante interesado en la "cosa artística", cuando le digan que no puede entrar en la Alhambra porque el aforo está completo hasta el mes próximo...
El cómodo paseo de acceso se ha transformado en una penosa peregrinación desde los aparcamientos situados a unos centenares de metros... Por fortuna, la excursión no es tan larga como la de San Frutos del Duratón. ¿Razones? El ejercicio físico facilita la eliminación del colesterol y como el perfil sociológico de los "turistas culturales" bascula hacia la "tercera edad", sobran argumentos para justificar una medida que, además, tiene la virtud de alejar los automóviles de las zonas de mayor interés cultural; y es sabido que éstos destrozan la ambientación "temática"...
No se puede tocar nada, los itinerarios están marcados con sogas y vigilados por infinidad de vigilantes que me hicieron recordar el ambiente universitario de los años 70, cuando los estudiantes debían ser protegidos de sí mismos... ¡La puñetera manía de prohibir y vigilar!. Visto con otro criterio, es natural: un complejo palatino que ha padecido mil vicisitudes (abandono, saqueo salvaje de las tropas napoleónicas y otras circunstancias menores) se conserva tan maravillosamente bien desde que fue construido no se puede exponer a las veleidades de unos visitantes potencialmente agresivos...
Boabdil me susurra al oído que no diga tonterías, porque el actual palacio de la Alhambra es fruto de una "reconstrucción" demasiado imaginativa, que funde varias iniciativas constructoras y "restauradoras" en las antípodas del rigor arqueológico... El espíritu del rey llorón recuerda muy especialmente las labores realizadas por los gitanos poco antes de que llegara al trono José I y por las autoridades franquistas después de la Guerra Civil... En aquellos tiempos se hicieron verdaderas barrabasadas —me grita al oído. Acaso tenga razón el rey llorón porque es necesario ser un verdadero experto en arte hispanomusulmán para distinguir las zonas originales de las "reconstruidas" y aún así, no siempre están las cosas claras.
Y continúa diciéndome que, como de costumbre, las argumentaciones "oficiales" ("políticamente correctas") sólo son excusas para disimular la penuria inversora, la precariedad imaginativa y el resto de los pecados afines que dificultan la conservación, el disfrute y la explotación turísticas del inmenso Patrimonio Histórico-Artístico Español. Si no se limitara el número de visitantes, se producirían problemas de aglomeración, como los que existen en algunas zonas del palacio de Topkapi o en las salas más "populares" del Ermitage o de cualquier otro lugar de gran interés público, pero no de conservación. Y en el caso de la Alhambra, para resolver esos inconvenientes, con diversificar la circulación de los visitantes y, para ello, poner a disposición del público todas las zonas potencialmente interesantes desde el punto de vista arqueológico, que son muy numerosas en el recinto fortificado. Algo parecido han hecho en el Museo del Louvre y el resultado es bastante aceptable.
Han remodelado radicalmente el patio de la fuente de los leones transformando el antiguo jardín en superficies de gravilla, al gusto de las actuales modas "japoneses" y, por razones de conservación urgente, ha sido sustituido la fuente por un engendro postminimalista... ¿No se le ha ocurrido a nadie hacer una réplica antes de quitarla?
No dejan entrar en los baños porque, según dicen, los visitantes podrían causar graves inconvenientes... El espíritu de Boabdil se agita de nuevo.
En suma, hoy por hoy, la visita a los palacios de la Alhambra se ha convertido en un evento a medio camino entre un viacrucis por el Cerro de los Ángeles o por Cuelgamuros (La Cruz de los Caídos) y un paseo por los palacios del rey Minos...
Si deseamos contemplar el vaso medio lleno, a pesar, incluso, de las quejas del rey llorón, y de los inconvenientes asociados a los criterios de conservación según fórmulas rigurosas, subsiste la epigrafía árabe, la decoración tapizante, las sebcas, los mocárabes, los juegos de columnas con capiteles que estilizan radicalmente los ordenes grecolatinos, los aliceres, las techumbres de madera... Y la Alhambra sigue ofreciéndonos la posibilidad de imaginar cómo pudo ser aquella corte nacida de la decadencia del esplendor califal.
Boabdil me susurra , de nuevo, que para hacerse una idea de cómo fue su querido palacio faltan los colores, sobre todo, los colores... los tonos dorados, azules, rojos, verdes... Las sedas, los tapices, el mobiliario, los objetos preciosos, los servidores... ¡La lujuria del color! Y confiesa que se encuentra más cómodo en la sacristía de la Cartuja, que en esa "feria temática" fría y aséptica para sableo de guiris. Y me lo explica argumentando que el arte "merengario" (de merengue) que cubre sus paredes y la fastuosidad del camarín está más cerca de sus recuerdos que los actuales salones ofrecidos al público en una desnudez impúdica e incompatible con su sentido del placer visual.
¿Será verdad que la cultura hispanomusulmana subsiste en la ornamentación del barroco granadino?

El espíritu de Boabdil lanza una carcajada metálica y chirriante que me eriza el cabello: ¿No has comprendido aún que las últimas obras de Barceló participan de ese espíritu "merengario"...?

¡Por fin entiendo la canción de Miguel Ríos!

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