lunes, 6 de agosto de 2012

Eduardo Arroyo en el Museo del Prado

Sorolla, Bacon… Nueva intrusión en territorios que, en principio, parecen ajenos a lo más específico del Museo del Prado. En esta ocasión el "beneficiado" ha sido Eduardo Arroyo, seguramente poco identificado con la gestión del actual director del Reina Sofía, volcada hacia los componentes no representativos del arte, hacia las poéticas de los objetos.
Aunque sea fácil encontrar justificaciones para una iniciativa de ese tipo (las he recogido la prensa) y por encima de ellas, se diría que al señor Zugaza le divierte “tocar las narices” a su colega de la ronda de Valencia. Al menos eso parece. Vivimos en un país de hondos componentes feudales y en el sistema señorial es fundamental el control del territorio. Ser director de un museo de arte contemporáneo en un país pobre y atrasado y no controlar los grandes eventos de arte contemporáneo del Estado o de la "región" es como ser Ministro de Marina en el Principado de Andorra.
En esta ocasión el Museo del Prado expone una obra realizada entre 2008 y 2009, que, tomando como excusa el Políptico de Gante, propone una reflexión compleja y “en profundidad” sobre la situación del arte... ¿durante un pasado inmutable? Para ello Eduardo Arroyo se ha valido de varios dibujos de línea y hondo sentido representativo (miméticos), realizados sobre papel vegetal, que aluden a Óscar Wilde, van Gogh, Peggy Guggenheim, Orson Weles, Stendhal, Joyce ... pero sobre todo, a un insecto con muy mala prensa: los dos paneles inferiores del "retablo principal" contienen sendas estructuras reticulares —tipo Johns—, con figuras de moscas dispuestas en orden rígido. La fórmula, que en cierto modo bebe de las fuentes "populares" del arte español (Equipo Crónica), no podía estar más lejos de la concepción estética propugnada desde la ronda de Valencia.


Las referencias personales y las retóricas (o metafóricas) me resultan tan familiares que siento ganas de aplaudirle públicamente. Todos los personajes mencionados son, también a mi juicio, fundamentales para entender el arte de nuestros días, tanto en sentido directo (referencias directas) como en sentido indirecto (referencias colaterales); para comprender las transformaciones derivadas de "la muerte en Venecia", descrita por A. Mann y reinterpretada por L. Visconti. A lo mejor, hubiera incluido a Baudelaire en lugar de Stendhal…
Oscar Wilde dilató el espacio estético hasta territorios aún hoy dignos de ser explorados. Como él, van Gogh es paradigma de todo lo que rodea al artista para bien y para mal: la metáfora del cerdo. Y lo mismo podríamos decir de Orson Weles... quintaesencia de la valentía estética en tiempos dominados por la del "nuevo poder" que, en contexto capitalista, desplazó a nobles y prelados. Esas cosas que en España intuimos, sólo intuimos.
Frente a ellos, Peggy Guggenheim personalizaría la parte más obscura del universo social próximo al arte. Aún hoy sería difícil valorar la relevancia de su influencia en la consagración estética de buena parte de los creadores que hoy juzgamos fundamentales. ¿Lo fueron por su capacidad creativa o porque conectaron adecuadamente con Peggy y lo que ella significaba? ¿O se trató de una simple cuestión "visceral" (de las vísceras reproductoras)?
El cuadro retórico se completa con un repertorio variado, donde destacan las moscas, los insectos de la mierda, la réplica prosaica y provocadora del escudo mediceo. ¿Son, sencillamente, las míticas "moscas españolas"? No es probable, porque las "moscas españolas", empleadas por algunos como afrodisíaco, tienen otro aspecto;  y no creo que a Eduardo Arroyo se le haya ocurrido pensar en García Márquez para forzar una paradoja paralela a la situación actual del arte en España con la muerte de Simón Bolívar, finiquitado por los médicos que le aplicaron el "medicamento" obtenido de ese insecto, para curarlo. ¿Son las moscas que pintaban los maestros para dar testimonio de habilidad? No lo creo, aunque así esté recogido en la publicación editada por el museo, tal vez, para encauzar la interpretación en claves políticamente correctas.
Para evitar equívocos y, sobre todo, perplejidades o alucinaciones místicas, convendría ofrecer al público una explicación más directa...
Después de ver el montaje, que se completa con La Fuente de la Gracia, me pregunto si se trata de una provocación radical de Eduardo Arroyo o de los gestores del Prado...

Dije que sentí ganas de aplaudirle públicamente... Pero a pesar de esa proximidad estética, de esa empatía artística, la exposición me parece demasiado descontextualizada, tanto como algunas prácticas de "educación artística" realizadas en colegios e institutos, y convertidas luego en "exposiciones" abiertas al público. Si asumimos parámetros tan forzados, desde los criterios de equidad liberal propios de "la mente liberal española" (pongamos una vela a Dios y otra al Diablo), cabría tomar nota de lo propuesto por la Tate (con Damien Hirst) y organizar en breve una exposición antológica de sor Isabel Guerra, en las salas de Velázquez. Iría muchísima gente a verla y acaso aplaudieran con fervor místico algunos de los más reputados especialistas en "el genio sevillano".