martes, 22 de octubre de 2013

¿A cuánto sale el kilo de Jef Koons?

Por JP

Hoy no debería extrañar que el arte sufra las exigencias de un sistema cuyo puesto más alto en la escala valores lo ocupa el dinero. En las ferias de arte hablar de precios no debería ser tabú, no hay que olvidar que es un evento comercial que depende directamente de la cantidad de galerías que logran vender. Pero según el artículo de The Art Newspaper, muchos de los galeristas que participan en Frieze, parece que se sienten incómodos cuando los periodistas preguntan sobre este tema.

“Si uno habla sobre el valor monetario del arte, y la prensa solo tiene en cuenta el mercado, hace cambiar el enfoque de la belleza, la integridad y el brillo del arte”, dice Liza Essers de Goodman Gallery de Sudáfrica.
"Incluso los galeristas más mercenarios todavía se aferran a la esperanza de que la mayoría de las personas se preocupan del arte por el arte. Todos somos culpables, todos prefieren hablar de la técnica (en lugar de su precio)”, dice Marianne Boesky.
“Podrían mostrar su arte de manera muy diferente a una feria de arte y vender más, pero quieren hacer una gran presentación. Mucha gente siente muy profundamente esto. No están vendiendo arte solo para hacer dinero”. Dice el codirector de Frieze Matthew Slotover.
“Por desgracia, con la proliferación de las subastas y las ferias, se ha puesto demasiado énfasis en el valor activo del arte y menos en el valor estético intrínseco”, dice Lawrence Luhring de Luhring Agustin.

Me pregunto si a los guardaespaldas que, en el stand de la galería Gagosian,  custodian las  “brillantes” esculturas de Jef Koons, les habrán explicado que lo que protegen, no es algo que vale un montón de pasta, sino, algo de incalculable valor estético.
Al parecer, hablar de dinero amancilla el buen nombre del arte, y sin embargo los galeristas saben bien que un precio elevado ayuda a reforzar la reputación de un artista. Lo que me lleva a pensar que, lo de poner un par de maromos protegiendo las esculturas, es más un ardid de la galería para despertar un interés que de otro modo, quizá, no se produciría. De modo parecido a como los cordones, que en los museos separan al público de las obras más sobresalientes, refuerzan ese carácter de “con más valor que el resto”. Y lo han hecho de una manera elegante, sin necesidad de revelar el precio. La imagen de los guardaespaldas habla por sí sola.


Parece que algunos artistas lo tienen más claro:

Tim Blum se describe como “confundido” por los comerciantes que no revelan los precios. “Estamos en las ferias para vender arte. Vamos allí por una razón: para hacer tanto negocio como sea posible, de una manera tan elegante como sea posible”

Entonces, ¿Por qué esta falta de transparencia? ¿Por qué ha de perjudicar el dinero el buen nombre del arte? Uno podría pensar que lo hacen para que veamos las obras desde ideas preconcebidas, que redundan en la naturaleza espiritual del arte. Dando así un carácter casi religioso al objeto, y dotando al privilegiado que lo posea del prestigio que tienen las personas cultas. Porque aunque el elevado precio de las obras también refuerza su carácter mítico, seguramente el sector high cult prefiere enfatizar su otra naturaleza.
Pero quizá la razón sea otra:

Los críticos de galerías que mantienen un nivel de secreto dicen que la negativa a revelar los precios es solamente una cosa: el control del mercado. “Nunca he conocido a un distribuidor que no sea una persona de negocios”

Otro dato que me llama la atención de este artículo hace referencia a algo que a veces me pregunto cuando asisto a algún evento de este tipo, ¿Por qué en una feria de arte, dónde se supone que se muestran las últimas tendencias, o por lo menos a los artistas que están en la brecha, se muestran también artistas ya consagrados, pero que han dejado de tener actualidad?
Esto  es lo que dice un personaje de alto nivel en el mundo del arte que, según esta revista, ha estado involucrado en una serie de importantes compras durante muchos años y que pidió permanecer en el anonimato.

La publicación de los precios de la obra de artistas consagrados, crea la ilusión de que una determinada pieza está a la venta en el mercado libre, cuando este no suele ser el caso. “No se puede comprar una obra de Gerhard Richter en Frieze, el distribuidor ha pensado mucho sobre a quién él o ella quiere vender”, y a menudo trabajara duro para colocar las piezas en colecciones de museos o con un pequeño grupo de reputados coleccionistas.

Los artistas consagrados que ya no son valorados por su novedad, lo serán por su antigüedad, (como de hecho queda reflejado en revalorización de la obra de un artista cuando este se muere), pasando a formar parte de otro circuito diferente aún más importante en dónde entran en juego los museos. El círculo se cierra.

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