miércoles, 20 de enero de 2016

The Hateful Eight

Si creyera que Quentin Tarantino es una persona culta, acaso debiera plantear que The Hateful Eight encierra varias referencias a la iconografía de Munch: una, casi obvia, al “arquetipo” —si se me permite enfatizar la imprecisión consagrada por el uso— de “vampira” sobre el que ofrecí algunas reflexiones en una entrada anterior, y otras menos claras derivadas de su voluntad "expresiva", alineada en los límites del tremendismo. Como no es el caso, dudo entre imaginar si son alusiones a Hitchcock, a cualquier bodrio del género spaghetti-western o hallazgos “casuales”, de esos que imponen las circunstancias no controladas. Sería maravilloso que sus referencias superaran las imágenes de Ford y las de la pléyade de directores más o menos brillantes consolidados por el negocio de las sesiones dobles, aludidos en los créditos, que casi mueven a la carcajada como algunas de sus acotaciones sobre el cine japonés. Seguramente Tarantino tuviera en mente aludir a ciertas secuencias de Ran, pero francamente me cuesta mencionar esta relación sin que entren en danza enloquecida mis neuronas. Otro tanto sucede con ciertos elementos de esta película que parecen apuntar hacia Stanley Kubrick...  Estoy pensando, naturalmente, en el aspecto del personaje sobre el que se construye el arranque de la película, con el rostro "maquillado" de modo asimétrico, según fórmula popularizada por el cineasta neoyookino en A Clockwork Orange (1971) y en las capacidades estéticas de algunos de los personajes. Como cebo para cinéfilos puede tener sentido, pero...


Es posible que sean legión quienes vean relación estrecha entre esta película con la de Kurosawa,  y con la de Kubrick; es posible, pero si es así, Tarantino ha aprendido poco de ambos, porque su cine está mucho más cerca de John Ford y de los directores italianos, que le emularon con resultados irregulares, casi siempre discutibles, con la excepción de Sergio Leone. Obviamente, el fundamento de ese juicio, que pudiera parecer caprichoso y sin fundamento, está en el destino de la película: Kurosawa y el resto de los directores que intentaron hacer "cine de calidad" no tenían por objeto comercial prioritario el muy amplio y diversificado mercado de los adolescentes con sobrecarga hormonal... Dicen que Tarantino pretende pasar a la historia como uno de los mejores directores de su tiempo y acaso lo consiga, por supuesto, según quien la escriba. Enjuiciar el cine de Tarantino arrojará resultados diferentes, según el punto de vista que adoptemos, como sucede con cualquier director, pero con una peculiaridad relativamente infrecuente porque con él cobra especial relevancia el asunto argumental; algo parecido sucede con Coppola, con Lynch y con ciertos directores supuestamente "independientes" que han sabido emplear la manga ancha de quienes cuidan la salud moral de la sociedad norteamericana, una sociedad muy sensible a lo sexual pero muy relajada ante la violencia. Si tenemos en cuenta que el placer que “sentimos” ante la violencia es un rasgo atávico que nos recuerda nuestro pasado como carnívoros depredadores y que, por razones obvias, deberíamos controlar… Es sabido que la réplica ante esta reflexión, mil veces formulada ante las películas de Tarantino, pasa por recordar que el cine, en su propia naturaleza, es una expresión ajena a la realidad… ¿Seguro? Según mi punto de vista, el cine “funciona” como espectáculo sencillamente porque se percibe como realidad; las peculiaridades de nuestro sistema perceptivo y, muy especialmente, la tendencia a reforzar el carácter de lo percibido, ilustran la falacia de aceptación casi genérica en el contexto políticamente correcto de nuestra realidad cultural.
Y desde ese convencimiento funcional, el cine de Tarantino, con alguna excepción anómala (Jackie Brown) ya no parece concebido para satisfacer a jóvenes con hormonas desmadradas sino para disfrute de monos enjaulados, aunque... ¿quién no se ha considerado alguna vez "mono enjaulado"?


Tarantino sabe hacer las cosas bien en la vertiente comercial y en ese sentido, acaso pase a la historia en compañía de Francis Ford Coppola y de unos cuantos realizadores más que se han distinguido por su audacia para vender "productos" aparentemente ajenos a los intereses sociales. En este caso, se ha sacado de la manga una argucia que le aseguraba la generación de cierta polémica en los ambientes más sesudos y, por consiguiente, publicidad gratuita: la recuperación del formato 70 mm, en la que se rodaron monumentos cinematográficos como 2001: A Space Odyssey (Kubrick, 1968) o Lawrence de Arabia (Lean, 1962) y Hamlet (Branagh, 1996), entre unas cuantas más de cualidades menos señeras, según mi punto de vista. La idea es ajena a la voluntad estética por dos razones contundentes: hace años se comprobó que el incremento de calidad no era substancial respecto de formatos más modestos, dadas las modalidades de explotación en uso y dadas las peculairidades del sistema perceptivo; pero, sobre todo, porque en la actualidad apenas existen en el mundo salas donde se puedan proyectar películas rodadas en ese formato y, en consecuencia, para su explotación habrá de ser “recocinada” hasta adaptarla a las posibilidades actuales. Y para mayor abundamiento aún se da otra circunstancia que también han enfatizado casi todas las personas que, hasta ahora, han escrito sobre ella. La acción se desarrolla, sobre todo en el “interior de una cabaña”, de manera que apenas unos cuantos planos de exteriores, realmente espectaculares, aprovecharían el incremento de calidad de los 70 mm. ¿Pretendía asociar el debate a su propia vocación por conectar con los grandes realizadores que emplearon ese recurso? Si es así, desde mi punto de vista, otra vez más se pone de manifiesto que las comparaciones son odiosas.


Pero como decía Jack the Ripper, vayamos por partes. La película tiene buen ritmo, contando, incluso con algunas partes reiterativas; Tarantino, como Coppola, sabe colocar estratégicamente las vísceras y los estallidos sanguinolentos para que la película sea digerida con comodidad por estómagos de necesidades exquisitas.
Las interpretaciones son tan correctas como corresponde a los estándares de calidad del cine norteamericano cuando se concibe pensando en la Academia. Las concesiones al star system apenas se dejan notar en la participación de Samuel L. Jackson,  Kurt Russell y Jennifer Jason Leigh, espectacularmente transformada: no me extrañaría que le concedieran el Óscar para el que está nominada. No era necesario obrar de otro modo porque la estrella que atrae al público, quien moviliza a la legión de diletantes con vocación de vampiros de guardarropía, quien atesora las esencias del genio, es Tarantino, afamado cocinero de los figones de Transilvania.
La fotografía, firmada por Robert Richardson, colaborador habitual de Tarantino, Scorsese y Oliver Stone, cumple lo prometido por tan prestigioso personaje, muy especialmente en los exteriores, magníficamente concebidos desde la localización, con imágenes que nos remiten a Bert Glennon y a quienes han enfatizado el juego de diagonales y toda suerte de estructuras compositivas probadamente gratas y eficaces, sobre las que se articulan leves toques de interés visual. Por desgracia, las secuencias de interior, recogidas con cierta agilidad pero sin alardes, pierden calidad por lo que implican los ambientes reiterativos. Es aquí donde aparece “cosas” sorprendentes para una película de “atención especial”: desenfoques, en algún caso de excepcional entidad,  “quemados” y “juegos de luz-sombras” algo artificiosos, que no se han resuelto en la postproducción; también se dejan sentir las indeseables respuestas de los sensores ante la piel de las personas negras. Robert Richardson está nominado al Óscar en su categoría y, según mi punto de vista sería milagroso que lo obtuviera, aunque en estos aspectos reconozco que mis previsiones no suelen ser muy afortunadas.


El guión, firmado por Quentin Tarantino, responde a los parámetros habituales: los personajes se definen bien  por lo que dicen hasta que entran en “profundidades” y aparece Tarantino en todos y cada uno de ellos, con su discurso bien sintonizado con sus incondicionales; en esos momentos, los actores salvan una película que si se hubiera rodado con otros recursos podría haber resultado un fiasco tan catastrófico como el de Cleopatra, que también se rodó en 70 mm.
Aunque creo que le sobran bastantes minutos, es posible destacar algunos momentos especialmente “ingeniosos”; por no abrir la caja de los misterios, sólo destacaré la "metáfora" de la puerta, a la que hay que golpear para abrir, que hará las delicias de los aficionados posmodernos y post-posmodernos.
Dicen que tiene mucho de comedia negra; es posible, porque la película es tan "completa" en la línea cómica que hasta ofrece una anécdota hilarante para mentes convencionales: aunque en la película muere hasta el apuntador, la American Humanae Association certifica que no se dañó a ningún animal. ¡Quién lo hubiera imaginado contemplando cómo caminaba uno de los actores desnudo sobre la nieve!

La música, que en el carácter de su responsable, supone otro guiño al cine italiano, corre a cargo de Enio Morricone, que también ha sido propuesto para conseguir un Óscar, acaso tan merecido como el de Jennifer Jason Leigh.

Aunque en los momentos iniciales la película "arrancó mal", estoy seguro de que acabará siendo un negocio redondo: está concebida para ello y, en ese sentido, no encuentro ningún error "grave". Dicen sus incondicionales que le han hecho daño dos hechos: la coincidencia con el estreno de una superproducción del universo celeste, cuyo nombre no mencionaré porque nada me han pagado para ello, y el boicot movido por los policías norteamericanos ante la decidida participación de Tarantino en las protestas desencadenadas ante el exceso de violencia policial aplicada a afroamericanos. ¡Qué cosas! ¿No se le ocurre a nadie manifestarse por el exceso de violencia en el cine y por lo perturbador que podrían ser ciertas películas etiquetadas como "geniales" para ciertas mentes?
En definitiva, magnífica producción comercial envuelta en el celofán de los mejores estándares de la industria cinematográfica norteamericana, que con su exaltación del sadismo contribuye poco a mejorar la sociedad en que vinimos los occidentales; desde ese punto de vista, películas como ésta, refuerzan las conductas antisociales bajo el amparo de una libertad de expresión, con estrategias afines a las de cadenas de televisión que hacen negocio aprovechándose de la parte más turbia de la naturaleza humana. Me pregunto qué juegos sádicos ofrecerá en la siguiente película... ¿Tal vez hacer "arte" con vísceras humanas?

Andrés me pasa el enlace a la noticia que narra las peripecias de la proyección de la película en el cine Phenomena, de Barcelona.

2 comentarios:

  1. Rodrigo Flechoso Fernández20 de enero de 2016, 11:07

    "la salud moral de la sociedad norteamericana, una sociedad muy sensible a lo sexual pero muy relajada ante la violencia. Si tenemos en cuenta que el placer que “sentimos” ante la violencia es un rasgo atávico que nos recuerda nuestro pasado como carnívoros depredadores y que, por razones obvias, deberíamos controlar…"

    ESTO TE VA A ENCANTAR: http://www.explosionsandboobs.com/

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  2. Cualquiera familiarizado con los rudimentos de la percepción se dará cuenta de que la diferencia realidad/ficción que manejan algunos sectores de la opinión pública es, cuanto menos, difusa. Sobre todo si se tiene en cuenta que solo hacen falta algunos elementos del "estímulo real" para elicitar respuestas comparables a las que suscita "la cosa en sí". Y con ello, ¿qué diferencia material hay entre a "A Serbian Film" y la pornografía punible legalmente? Quizá la respuesta sea de carácter trascendente, como ilustra el caso de Ovenden: hace falta que los "creadores" sean criminales para que su influjo maligno se transmita, vía inteligible, a las obras y colecciones ( http://www.theguardian.com/artanddesign/2015/oct/17/from-caravaggio-to-graham-ovenden-do-artists-crimes-taint-their-art ).
    El problema, como siempre, es que fácilmente podemos sacar conclusiones "totalitarias", en oposición al buen funcionamiento de una "sociedad democrática libre".

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