sábado, 27 de febrero de 2016

Revenant, crónica de un éxito anunciado

Me apetecía escribir este comentario, precisamente, hoy, 24 horas antes de que se conozcan los premios de la Academia USA, porque los condicionantes de la incertidumbre condicionan menos que los del "éxito académico". Estoy seguro de que será la película que obtendrá mayor número de estatuillas y aún y así, me gustaría exponer las razones por las que, en este caso, mis criterios de juicio no coinciden con los de Hollywood; no sería la primera ni la única vez.


No discutiré la calidad visual de la película, conseguida combinando imágenes de ordenador con otras "naturales" para componer planos-secuencia virtuosos. que dejarían helado a Sir Alfred Hitchcock y muy probablemente justificarán el éxito comercial y artístico. Tampoco el buen trabajo de Leonardo DiCaprio, que ha reunido méritos suficientes para conseguir algún otro "Óscar" con mejores argumentos; ciertamente, en esta película no se ha tenido que meter en la piel de un personaje de gran complejidad psicológica y expresiva, puesto que apenas cambia en semblante salvo en las situaciones dominadas por el dolor extremo. Y, por supuesto, no discutiré un diseño de producción que me ha parecido de "calidad" excepcional. Revenat es, de hecho, un magnífico espectáculo cinematográfico, que justifica rascarse el bolsillo para verla en pantalla grande. Algunos han enfatizado la relación de la película con Malick y con el Herzog de Lope de Aguirre (Aguirre der Zorn Gottes, 1972) y supongo que esa vinculación está clara; sobre todo, con el primero, a quien tal vez pretenda seguir, al menos en algunas de sus apuestas más conocidas: en muchas partes de la película la manera de entender la imagen es muy similar a la de The Tree of Life (2011); en un tono estético afín, el uso del gran angular y los juegos de contraluz acaso estén mejor resueltos en la de Iñárritu. Mas apurada parece la relación con el irregular director alemán...
Pero en el juicio global de cualquier película existen otros componentes... Y el primero deriva, precisamente, de una de las virtudes: el diseño de producción. Estoy acostumbrado a desconfiar de los buenos diseños de producción, porque suelen implicar anteponer la faceta comercial a la calidad estética del producto; y esa obviedad suele encerrar factores que juegan en contra de los criterios globales de calidad. Un buen diseño de producción puede marcar decisisvamente el ritmo narrativo interpolando mediante períodos bien calibrados, planos de acción o eróticos y de ese modo, conseguir mantener atento al espectador, aunque ello implique merma en la calidad del desarrollo literario o argumental. F. F. Coppola ha definido ejemplos claros en este sentido con sus películas de mayor éxito comercial y crítico.


La película se ha construido a partir de la novela de Michael Punke, The Revenat: A Novel of Revenge, publicada en el año 2002. A su vez, la novela es reinterpretación libre de la historia del pionero Hugh Glass, cuyas andanzas habían inspirado varios relatos (John G. Neihardt, F. Manfred, etc.) y al menos, una películas relevante, Man in the Wilderness (1971), con guión de Jack DeWitt dirigida por Richard C. Serafian, director curtido en series para televisión, e interpretada por Richard Harris, "especialista" en situaciones de rango afín y el mismísmo John Huston, que, muy probablemente, participaría de modo significativo en la realización de la película. El guionista de ésta también había trabajado en Un hombre llamado caballo (Silverstein, 1970), a su vez, protagonizada por Richard Harris... Fueron tiempos en los que, al amparo de las transformaciones derivadas de las revueltas del 68, el planteamiento de Hollywood ante el conflicto entre "blancos" e "indios" giró hacia fórmulas diferente a las consagradas por la mitología artificial construida desde los tiempos del cine mudo por obra de realizadores como John Ford, que definió escuela de mitología prefabricada de acuerdo con los intereses políticos y económicos dominantes.
Y, dejando a un lado mil obras de calidad menor (Maté, Horizontes azules, 1955; Daniel Boone, serie de TV desde 1964, etc.), aún quedaría mencionar Las aventuras de Jeremiah Johnson (Pollack, 1972), realizada por un director de ciertas pretensiones estéticas pero con la vertiente comercial clara, que ofrece un contrapunto también espectacular a la propuesta de Iñárritu.
Desde la comparación con la de Serafian, el guión de la de Iñárritu queda empalidecido, aunque comprendo que ver las dos películas hoy, una detrás de otra, podría convertir este juicio en una majadería; tal es la distancia que existe entre ellas como "productos cinematográficos".


Dicho de otro modo... Contando, incluso, con la proximidad a las fórmulas de Terence Malick, el argumento de Revenant me parece demasiado infantil, demasiado manido, demasiado previsible. El drama del hombre occidental, en "contexto indio", enfrentado a la naturaleza y a personas sin escrúpulos se ha explotado demasiadas veces a lo largo de la historia del cine. Sólo por citar algún ejemplo más, me gustaría recordar The Last Hunt, de Richard Brooks (1956), rodada también mucho antes de que se replanteara el punto de vista "oficial" sobre las relaciones entre blancos e indios en Estados Unidos. Brooks partió de una novela de Milton Lott, que él mismo convirtió en guión, para hablarnos del mismo asunto pero con un grado de complejidad mucho mayor; el resultado no fue una película monumental y ni tan siquiera demasiado comercial, acaso porque en aquellos tiempos lejanos importaban relativamente poco el ritmo narrativo, pero...  Rottentomatoes otorga a la obra de Brooks un paupérrimo 51 % de "valoración popular", aunque la de los "expertos" asciende espectacularmente hasta el 83 %, un punto superior a la conseguida por Revenant. 
Y, en cierto modo, me parece lógico que así sea, porque sin llegar a los maliciosos comentarios de quienes dicen de ella que es una película muda, es obvio que el guión es la parte más floja y ese detalle otorga fundamento a quienes creemos que los realizadores se excedieron en otorgar relevancia al diseño de producción. La historia es demasiado sencilla: apenas dos o tres personajes quedan dibujados de modo sumario y maniqueo a partir de lo que dicen, como en los bodrios más comerciales de los tiempos de la caza de brujas.
Para desquiciar aún más los juicios de quienes entendemos la creación cultural en sintonía con las grandes preocupacions del género humano, nos encontramos, como en el caso de Sorrentino, con chorradas teosóficas o neoespiritualistas de esas que colocan al escéptico al borde del ataque de risa. Y no diré nada más por no hacer spoiler... aunque quien la haya visto ya se estará imaginando que estoy pensando en cierta ave que, seguramente contra la voluntad del propio director, me recordó manidas figuras retóricas del nacionalcatolicismo escolar. Confieso que cada vez me desagradan más estos planteamientos de meapilas laicos que, unidos a los valores épicos, en este caso concreto, actualizan la "mitología" de John Ford y me hacen pensar en los paradigmas más casposos del presente.


Sintetizando...

El "diseño de producción" se manifiesta en una fotografía, firmada por Emmanuel Lubezki impecable que, a mi juicio, merecería el premio de la Academia —incluso aunque ello suponga exceso de reiteración—, en la distribución de los "hechos fuertes", con frecuencia volcados hacia lo morboso, marcando pautas temporales definidas cronómetro en mano, en un respaldo sonoro magníficamente calibrado y en un ambiente general en clave baja, eficaz para "clavar" al espectador en la butaca durante los 150 minutos que dura.
Puede que la película pase a la historia del cine como la más premiada del año 2015 (lo comprobaremos en unas horas). Puede que la secuencia de la primera refriega con los indígenas precolombinos pase a la historia entre las más interesantes de asunto bélico. Puede que la película consiga unos resultados espectaculares en taquilla... Pero contando con todo ello, a mi juicio Revenat apenas es otra película más de un género, recuperado por un director de oficio consistente, que sabe cómo tocar el nervio de un público sociológicamente joven y predispuesto a esperar que el cine, cuando menos, le ofrezca un espectáculo interesante.

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