viernes, 24 de marzo de 2017

La gestión cultural del Ayuntamiento de Madrid: desnudar a un santo para vestir a otro

Se veía venir. En este blog me ha manifestado varias veces en la misma dirección y confieso con amargura que me he autocensurado varias veces por no exponer análisis que colaboraran una micra en una dirección política aberrante. Pero estaba claro desde el primer minuto, que ofrecer una "política cultural" desde las hipótesis "fácticas" empleadas por quienes dirigían (y dirigen) Podemos y por quienes caminaban por senderos paralelos o próximos, era una ingenuidad. Las "buenas ideas" cargadas del utopismo más o menos radical de personajes como Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero o, incluso, Rita Maestre, Guillermo Zapata y Celia Mayer —por mencionar sólo a los más “visibles”—, respaldadas por un voluntarismo cultural manifiestamente ingenuo, se acomodan mal a un universo demasiado complejo y exageradamente condicionado por intereses de naturaleza diversa.
Ha saltado la chispa con el cambio de dedicación de las naves de Matadero, pero podría haber hecho antes de no ser porque gran parte de los "actores culturales", condicionados por la penuria secular, están demasiado atomizados y acostumbrados a poner el esfínter innoble en la dirección del empuje definido por los vientos "del poder".
La idea del Centro Internacional de Artes Vivas no era —no es—, en términos objetivos y "abstractos", mala. Existen instituciones similares en las grandes ciudades europeas; recientemente, la Tate Modern ha propuesto dedicar una parte de sus instalaciones a las mismas actividades que propone Mateo Feijóo. Es obvio que si pretendemos que Madrid sea un referente cultural de vanguardia, "necesitamos" un centro de esa naturaleza y algunos más de entidad comparable: se debe dar respuesta positiva a la pléyade de personas que trabajan en la danza contemporánea, en las perfomances, en la breakdance, etc. Así lo ha entendido el colectivo que se ha manifestado apoyándolo, al que no me importaría unirme, con matices que prefiero silenciar en esta entrada.
Pero la política es el arte de establecer prioridades, por supuesto, armónicas con el cuerpo social; y hacer "otra política" pasa necesariamente por priorizar las acciones en función de cómo los diferentes grupos sociales se ordenen de acuerdo a su entidad numérica. Ese es el fundamento de uno de los principios más sagrados del orden democrático y hasta del definido por la Rerum Novarum, que sacralizó el principio de la justicia distributiva junto con el derecho a la propiedad privada. Obrar de otro modo, además de ser antidemocrático —y, en principio, supuestamente anticristiano—, conduce a esperpentos propios de cuando se concebía la política cultural como mero instrumento "auxiliar" de la concentración de capital o como una forma de repartir prebendas en contexto endogámico.
Obviamente, desde esa premisa, para definir una política cultural es fundamental tener una idea realista de la situación social y, por supuesto, de la entidad de los diferentes grupos que se mueven en las distintas líneas de acción creativa; y desde ese conocimiento, arbitrar fórmulas que den respuesta tanto a los creativos como a los diletantes...



Pero esas medidas no pueden tomarse como se ha hecho en esta ocasión, seguramente con nobles intenciones pero con un desconocimiento notorio de la "realidad cultural" madrileña, construyendo un Centro de Artes Vivas, sacrificando uno de los pocos espacios teatrales de titularidad pública de una capital donde conviven muchos ciudadanos con la "extraña" voluntad de dedicarse profesionalmente a las artes escénicas convencionales, en un ambiente general enrarecido por las políticas culturales conservadoras (IVA exagerado, escasas aportaciones públicas, etc.).
Y la manera de "venderlo" no pudo ser más torpe. La señora Mayer argumentó que las nuevas actividades serían gratuitas... pasando por alto que ello sólo es posible mediante un agravio comparativo que dolió como un latigazo a las gentes del teatro, especialmente sensibles ante la praxis aplicada por los gestores del nuevo Ayuntamiento, de quienes con notoria ingenuidad, se esperaba otra cosa. Para montar una función, las compañías debían trabajar a porcentaje en taquilla, con lo que ellos siempre implica de riesgo, mientras que las futuras actividades del Centro de Artes Vivas serán organizadas mediante caché pero con acceso libre del público. Es difícil imaginar cuántos madrileños estarían dispuestos a pagar 15 € por asistir a una sesión de breakdance o a una instalación sonora...
Más allá de la rectificación en el cambio de nombre de las salas y de la destitución de Celia Mayer, no creo que en este caso se resuelva el mal ambiente, que hace pensar en tiempos pretéritos, diciendo que si se argumenta es posible rectificar, como indicaba la señora Maestre, al hilo de los acontecimientos...
Porque el conflicto entre la nueva gestión municipal y dicho colectivo viene de lejos: y experimentó un importante punto de inflexión con la destitución de Carlos Pérez de la Fuente de su puesto al frente del Teatro Español (la gestión incluía "las Naves" en Matadero) (Carlos Pérez de la Fuente, de ideología conservadora, acredita una sólida carrera profesional). Y es que aunque en tiempos de posverdad parezca increíble, no es demasiado extraordinario que personas de ideas conservadoras sean grandes profesionales de "la cosa cultural". En ese sentido, por no hablar de von Karajan, sugiero al lector interesado echar un vistazo al blog "La Liga de las Artes", porque aunque sea el órgano de expresión de un sector concreto de dicho colectivo, contiene datos en abundancia para conocer las fórmulas empleadas por el Ayuntamiento de Madrid para gestionar estos asuntos.
Sobre ello, casi es un detalle insignificante que se haya desnudado al santo del teatro para vestir al de las "nuevas formas de expresión escénica", como si el Ayuntamiento de Madrid careciera de lugares donde ofrecer actividades de un tipo y otro; el propio Matadero aún tiene grandes posibilidades, por no hablar de la Nave Boetticher —los de Villaverde también tienen derecho a que se de utilidad a unas instalaciones espléndidas pero marginales—, del CentroCentro —asimismo infrautilizado— y de muchos más lugares repartidos por la geografía de la capital.
A mi juicio, una parte muy substanciosa del "problema" deriva de un lastre "heredado" del Ayuntamiento anterior, que no se ha querido o podido disolver: la naturaleza peculiar de Madrid Destino, la entidad que centraliza la gestión cultural unificando orgánicamente "lo cultural", "lo turístico" y  los "espacios destinados a la celebración de congresos, ferias, reuniones, espectáculos, eventos deportivos y encuentros empresariales". Es obvio que el turismo y los "eventos" tiene relación con "lo cultural", pero mantener la funcionalidad de ese "ente", incluso, desde una concepción gramsciana o "posmoderna relacional" de "la cultura" (consumo cultural) —y "la Cultura" (creación cultural)—es para morir de risa. Continuar con un instrumento concebido para facilitar la acumulación de capital es absurdo, incluso aunque medien "razones estratégicas".
Si combinamos ese ente con los planteamientos concebidos para estimular la participación ciudadana, en armonía con los principios ideológicos del actual Ayuntamiento, a su vez, condicionado por las limitaciones presupuestarias impuestas desde la Administración Central, seguramente obtendremos en el matraz una precipitación de esperpentos, que va a colocar a los sectores mayoritarios del "universo cultural" (tanto los profesionales como los consumidores o simples aficionados) en actitud beligerante similar a la de los tiempos de la señora de las peras y las manzanas.
Construir una política cultural, inclinada hacia el fomento de la participación ciudadana y en sintonía con las grandes corrientes de vanguardia, no puede implicar la eliminación de lo que, hasta ahora, estaba funcionando satisfactoriamente. Da la sensación de que, en el territorio de las artes escénicas, se pretende crear una situación "nueva" que pasaría por sustituir parte de los planteamientos profesionales "tradicionales" por propuestas innovadoras y por completar —¿compensar?— la oferta con eventos ofrecidos desde la iniciativa popular, siempre menos costosos. Por desgracia, en esas condiciones, sería aún más difícil montar espectáculos como El cartógrafo, porque sus promotores deberán competir más duramente con otros, dado que contarán con menos salas donde ofrecerlos bajo el amparo de las instituciones públicas.
¿He dicho "amparo institucional"? Sospecho que los "nuevos" magnates de la cultura aún no se han enterado de que, desde que se aplicaron los "ajustes económicos", contando incluso con los salarios de miseria que se pagan en este "negocio", es imposible rentabilizar cualquier espectáculo de pretensiones homologables con la naturaleza específica del hecho teatral "tradicional".
¿Hemos votado ayuntamientos del cambio para eso? El estado de perplejidad lo expuso Sergio Peris Mencheta, según recogen los medios, en los siguientes términos:

"Sé lo que cuesta llevar público a Legazpi y temo que finalmente, lo que se quería evitar con la derecha en el ayuntamiento (que era el desmantelamiento paulatino de este espacio y su subasta posterior al mejor postor), se vaya a conseguir en tiempo récord con un gobierno de izquierdas" .

Aunque Gramsci dijera lo contrario, en nuestros días, es otra obviedad que los asuntos culturales no son relativamente relevantes desde el punto de vista político, por supuesto, si no se convierten en espectáculos de gran difusión mediática, por ejemplo, mediante la acción "periodística". "La gente" está mucho más preocupada por los asuntos de deportivos, que también son "cultura"...  Pero era de esperar que los partidos del cambio interpretaran la situación de otra manera.
Como indicara la señora Carmena hace poco, cuando asumió las competencias la señora Mayer, la gestión cultural es compleja; a mi juicio, demasiado compleja para dejarla en manos de aficionados. Es magnífica la idea estimular las iniciativas ciudadanas y prestar atención a las propuestas de vanguardia; pero las ansias por ofrecer imagen "progresista" no debería hacernos perder de vista que existe un universo profesionalizado, al que debiera prestar atención muy especial un Ayuntamiento, vocacionalmente ajeno a los principios liberales. Y en ese sentido, las nuevas autoridades deberían entender que, desde el punto de vista de los colectivos dedicados a las artes escénicas, es vital una implicación mucho mayor de los poderes públicos, que mediante este conducto podrían dar respuesta a una necesidad humana obvia y, al mismo tiempo, ofrecer fórmulas de redistribución de rentas, que permitieran salir de la precariedad a tantas personas como mueve el hecho teatral "tradicional".

¿Desnudar a un santo para vestir a otro? Me temo que, en asuntos culturales ya hay demasiados santos y santas en pelotas...

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