lunes, 26 de abril de 2010

El maratón de Madrid, 2010.

Reconozco que las becas son deseables, atractivas… En mi caso, rejuvenecedoras, casi como la puerta que se abre al pasado pero con proyección de futuro; algo así como lo de “regreso al futuro”, por supuesto en versión liberal, si estamos en España (¡coño!). Así, pues, con la ilusión de conseguir una beca para hacer un curso de fotografía que cambiará mi vida, me lancé a la vorágine del Maratón de Madrid, como quien se suma a un cortejo báquico, con el corazón ilusionado y el objetivo enhiesto…
Como si estuvieran ante el Guernica, los mirones levantan sus cámaras fotográficas para congelar el paso de un semidiós, un amigo, un pariente o un atleta exhausto, al borde del paro cardíaco. El espectáculo, determinado entre la grandeza humana de la superación y la miseria de su contingencia, es fascinante y, por supuesto, de gran interés social.
Imposible hacer una fotografía que recoja el esfuerzo o el drama de los atletas anónimos sin incluir los aderezos publicitarios, de colores vivos… Y me pregunto si estos eventos son deportivos o comerciales o deportivos y comerciales al mismo tiempo. ¡Estúpida duda! En una sociedad estamental como la nuestra, mientras unos hacen deporte, otros especulan con los "factores contextuales" (publicidad, proyección política, etc.) o ejercen los privilegios que les corresponden en calidad de la proximidad a un parásito enquistado a la sombra del poder.
Lo mismo sucede con el mundo del arte, pero con una diferencia importante: para que un evento estético tenga relevancia social no es necesario llegar a los 15.000 participantes... Élites versus popularidad... Aunque en ambos territorios sean imprescindibles los dioses, que determinan "paradigmas" en torno a los cuales todos nos agrupamos para definir nuestra identidad mítica.
Y me fijé en los dioses, sobre los que gravita una parte importante del tinglado, infinitamente más asequibles que los de otras actividades "culturales". No me imagino a Beckham, a Fernando Alonso, a Nadal o a Barceló paseando por la calle sin cortejo trompetero y turiferario. Estos dioses, todo nervio y piel tersa, que levantarían recelos de cualquier policía estúpido, son humanos… y, desde luego, accesibles.

Si me dan la beca de la academia esa, patrocinada por el círculo de poder de Albertosis I, el Grande, prometo solemnemente ser aplicado y centrarme en los objetivos específicos del concurso... al año que viene.

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