domingo, 7 de abril de 2013

¿Arte sin artistas?

El cartel y el título.

Hacía tiempo que no visitábamos el Museo Arqueológico Regional de Alcalá... En esta ocasión la tentación era muy grande. "Arte sin artistas. Una mirada al Paleolítico" es un título con grandes posibilidades de motivación. El cartel que la anuncia no puede ser más sugerente y declamatorio: emplear a la mujer para personalizar el hecho creador es, a mi juicio, una magnífica idea... incluso aunque sea "engañoso" y se lleve por delante gran parte de las hipótesis manejadas hasta la fecha, que también han servido para articular la exposición. La práctica publicitaria se justifica si consigue mover el ánimo del posible visitante. ¿Es imaginable que las mujeres pintaran las cuevas mientras atendían a la prole? ¡¿Por qué no?!
¿Arte sin artistas?  También comprendo y acepto de buen grado la provocación del título que, en cuanto a capacidad motivadora, mejora otras ideas acaso más manidas: "el arte anónimo", ""el arte en los albores del hombre", etc. Y, además, tiene sentido: hoy llamamos "arte" a lo que hicieron los pobladores de Lescaux y Altamira, pero con total seguridad sus artífices no encajarían en absoluto bajo la actual denominación de "artistas".  En suma, cabe interpretar el título como condensación de lo que debe ser una exposición sobre el "arte del Paleolítico".


Las cuestiones de fondo

Hablar de "arte" en el Paleolítico supone asumir un problema de solución imposible, en el estado actual de los conocimientos, mientras no tengamos recursos inimaginables hoy para conocer el pasado remoto. ¿Se le ocurriría hablar a alguien del "arte en tiempos históricos"? ¿Es imaginable la posibilidad de considerar una "categoría artística" (estética) aplicable a la historia del hombre durante más de un millón de años (según periodización "larga") o, incluso, durante 130.000 años (según periodización "corta")? Quienes han organizado la exposición ha asumido esta cuestión y la han planteado abiertamente en el vídeo que la cierra. Lástima que no hayan sido un poco más "innovadores" en algunos de los paneles...
Pero en todo caso, merece la pena viajar hasta Alcalá para contemplar la exposición  y dar un repaso a nuestros conocimientos sobre la materia que encierra un problema humanista de gran calado: ¿Se puede considerar que la capacidad estética determina lo más substancial de la naturaleza humana?.
Supongo que el lector ya se habrá dado cuenta que hacer la pregunta en esos términos encierra una trampa obvia: presuponemos que la mencionada capacidad estética es un invariante del espíritu humano y el joven más ingenuo aficionado a los "asuntos estéticos" sabe que esa capacidad es un factor más del desarrollo cultural, que ha sufrido una evolución constante desde que tenemos memoria escrita. De hecho, lo que hoy entendemos por "arte" tiene poco que ver con lo que entendían por el mismo término en tiempos de Platón o, incluso, en tiempos de Velázquez. En tiempos de Platón se valoraban las cualidades que más proximidad (¿utilidad?) tenían con las necesidades del grupo, acaso por ello se hablaba del "arte de la guerra". En la Edad Media la habilidad se ponía al servicio del poder religioso. En tiempos de Velázquez lo importante era servir al rey con elegancia y habilidad...
Asimismo, asumiendo la acotación sociológica que obviamente impera hoy sobre la realidad estética, podremos establecer que hay tantos criterios estéticos, tantas "capacidades estéticas" como grupos sociales definamos y, aún dentro de ellos, siempre podríamos ampliar la diversificación. Incluso asumiendo las ideas de Bourdieu, hoy deberíamos asumir que muchas estrategias de relación social que emplean el arte como factor cosmético fundamental varían de un individuo a otro, de acuerdo con sus expectativas de ubicación social y personal. Hoy sabemos que no existe una "idea de arte" sino muchas, que ofrecen otras tantas referencias de adhesión con escasos puntos en común (algunas de ellas concentran el juicio de una proporción muy relevante de los individuos de una sociedad determinada).

Hechas estas precisiones, quedaría tener en cuenta algunas circunstancias que tradicionalmente asociamos al hecho artístico (o estético), como la trascendencia o la capacidad de expresión simbólica, pero éstas tampoco convocan anuencia general. Cuanto más avanza el conocimiento sobre el cerebro y también sobre la naturaleza de los animales, más imprecisas y desafortunadas se vuelven algunas ·creencias" arraigadas en los ambientes más conservadores y en ciertos sectores "humanistas". Desde lo que hoy sabemos obre la "inteligencia" en la naturaleza, no sé si es apropiado el cartel que atribuye al cerebro humano (¿en exclusiva?) la personalidad artística, el pensamiento global, la capacidad de imaginación espacial ("imaginar 3d"), la conciencia musical, el pensamiento analítico, la lógica, el lenguaje, la capacidad de razonamiento, la intuición, la creatividad, la imaginación, el control de la mano izquierda, la capacidad para desarrollar conocimiento científico y matemático, la escritura y el control de la mano derecha. Algunas de estas capacidades no son exclusivas de los seres humanos y ni tan siquiera pertenecen a todos los seres humanos. Concretamente, la capacidad de imaginación 3D no es, precisamente, una cualidad universal; asimismo, hoy sabemos que algunos animales poseen capacidad para expresarme mediante ciertas formas de lenguajes y que gracias a ellas pueden expresar "sentimientos"...
Y aún... ¿Por qué hemos de sobreentender que la capacidad de expresión gráfica o plástica es un indicativo de la síntesis de las capacidades mencionadas?


El arte por el arte, el arte como expresión mágica, el arte como medio complejo de comunicación, el arte como instrumento ritual... Las posibilidades son ilimitadas. Al filo de una observación de Teresa Baltos (Universidad de East Anglia), recogida recientemente por los medios de comunicación, se me ocurre otra:
¿Es inimaginable que las obras de Altamira fueran simples alardes de habilidad realizadas por individuos aburridos? Esta última hipótesis, aparentemente nihilista, es tan plausible como las demás, porque, según entendamos "la habilidad" y el "aburrimiento" estaremos considerando a sus autores como portadores  de unos valores afines a los que implica el pensamiento mágico o religioso o, incluso, la capacidad simbólica. Quien haya contemplado a un pastor "decorando" un trozo de madera mientras el pasta rebaño, entenderá parte de lo que pretendo decir. Quien haya visto a un pastor construir una flauta en la misma tesitura, deducirá hasta dónde se podrían conducir las interpretaciones prosaicas. Quien haya visto al mismo pastor hacer sonar una melodía podrá ampliar la complejidad de la situación de acuerdo con su voluntad y son sus planteamientos metodológicos.
Y, por supuesto, existen otras posibilidades alejadas del carácter instrumental recogido en los manuales al uso, por lo general, demasiado atentos a sintonizar con los valores ideológicos y epistemológicos dominantes en el momento de la redacción, no siempre de fundamentos sólidos. Tienen especial elocuencia en ese sentido las tesis de Leroi-Gourhan y Lamming Emperaire que interpretaban las obras paleolíticas desde una concepción demasiado estrecha de la naturaleza humana, pero puestas al servicio de las ideas fuertes de la Escuela de Frankfurt: la sexualidad y la utilidad económica serían los principios rectores de la "necesidad gráfica" o de "la expresión gráfica".
Ante estas circunstancias, me ha parecido especialmente afortunado un panel que substancia el escepticismo que debe regir en la contemplación de cualquier hipótesis:

El arte no habla por sí mismo. Hay que tener en cuenta el contexto arqueológico, el contexto social y cultural de la época, ya que la percepción que podemos tener hoy en día de una imagen no es la misma que la de sus contemporáneos y puede falsear la diferentes hipótesis.
(...)
Los principales errores a la hora de interpretar el arte paleolítico es considerarlo (sic) como un todo homogéneo, encontrando sus orígenes en las teorías estructuralistas de los años 60 (...)
Ha habido muchas interpretaciones del arte paleolítico, pero ninguna de ellas es suficiente para explicar todo el arte en su conjunto. La principal causa de esa dificultad puede ser que el arte parietal tuviera significaciones muy diversas tanto en el tiempo como en el espacio. Pero el verdadero significado del Arte Paleolítico, es todavía un misterio para el hombre (sic). Cualquier investigador puede proponer una nueva teoría interpretativa y puede que tenga algo de razón... o no"

"El arte no habla por sí mismo". ¡Vaya bofetón a quienes dicen que las imágenes son la biblia de los iletrados! Pero en este caso estoy absolutamente de acuerdo.

Más allá de la iluminación, manifiestamente mejorable, y de algunas presentaciones con planchas de policarbonato que dificultan la lectura de los textos, la exposición ofrece un buen aspecto general que seguramente agradará a los visitantes. No hay sobreabundancia informativa y aunque muchas piezas son reproducciones, el desarrollo expositivo describe bastante bien el carácter del "arte" en aquello lejanos tiempos.


Adenda

En uno de los últimos paneles, entre ilustraciones de carácter divulgativo, mencionan dos películas: Cavernícola (1981) y Hace un millón de años (Don Chaffey, 1966)... Quiero imaginar que lo han hecho por ofrecer un toque "simpático", dado el carácter de ambas... Supongo que en otros documentos relacionados con la exposición aparecerán otras referencias de ese tipo y entre ellas, las pocas películas que han tratado el asunto de la evolución del ser humano con cierta seriedad:

  • El "primer acto" de 2001, una odisea en el espacio (Kubrick, 1968): "El amanecer del hombre", que finaliza con la elípsis "más extensa" de la historia del cine, enfatizando la capacidad del ser humano para generar herramientas y, desde ellas, substanciar "culturas".
  • En busca del fuego (Jean-Jacques Annaud,1981). Muy discutida entre arqueólogos, pero ideal para orientar un debate sobre algunas circunstancias de la evolución cultural. Fue realizada con la colaboración de Desmond Morris, que sugirió las pautas de comportamiento de los personajes, y por Anthony Burges, que desarrolló lo ya expuesto en La naranja mecánica (novela y película) sobre la generación de lenguajes elementales.
  • El clan del oso cavernario (Chapman, 1986), que ensamblaría con el cartel, aunque desde el punto de vista "histórico" juegue con un fondo argumental más que discutible. También serviría para activar debates de gran calado en la vertiente educativa.
  • Y, por fin, en clave de gran complejidad, El árbol de la vida (T. Malick, 2011)... aunque ésta acaso se alejara por elevación de los objetivos de esta muestra.

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