jueves, 12 de septiembre de 2013

Atenas, del "ice cream" al "ice kream"

El ambiente general

Dicen que Atenas es una ciudad caótica… Me parece mucho más caótica París o, incluso, Londres y, por supuesto, Lugo o Valladolid. Atenas es una ciudad muy extensa, acaso, demasiado extensa; recuerda un poco a Estambul, pero sin su complejidad circulatoria, porque el trazado urbanístico periférico es bastante sensato. En el núcleo histórico, en las proximidades de los grandes yacimientos arqueológicos, tiene muchas calles estrechas, pero como el tráfico es escaso y las alturas de los edificios, prudente, apenas se advierten problemas serios de circulación.  Para circular en automóvil sólo se requiere tener clara la situación de las zonas que definen referencias importantes, como el Pireo, el aeropuerto, la plaza Sintagma o las autovías de salida. Desde ellas es relativamente fácil orientarse si se tienen buenos reflejos, porque la señalización no es demasiado generosa y ello impone hacer giros bruscos.
Moverse en metro es muy sencillo, sobre todo en las zonas de mayor interés turístico, integradas en la zona donde convergen las pocas líneas existentes.
Es una ciudad con muchos inmuebles abandonados, incluso en las zonas de mayor potencial comercial, que proporcionan a la ciudad una imagen poco grata, como la que inducen los muy abundantes mendigos, entre los que no siempre es fácil distinguir a los yonquis de las personas de marginación más o menos forzada o de quienes tienen necesidades menos anómalas o de los gitanos. En ese sentido, lo más patético son los numerosos niños que tocan el acordeón en los alrededores de la calle Ermou o en las proximidades de las tiendas de recuerdos. Fui testigo de cómo una señora de matices étnicos  inconfundibles colocaba a uno de ellos en las inmediaciones de Monesterakis.  Han de ser las consecuencias de la pobreza, que me hicieron en pensar en La piel, de Liliana Cavani : cuando no existen recursos para proteger a los niños de las minorías más desfavorecidas —por decirlo en tono eufemístico— es preferible que pidan en las calles a que se utilicen en menesteres más dolorosos; además, amenizan con notas "alegres" los paseos de los turistas alemanes y americanos. Y aquello me resultó muy familiar; ignoro si existirá alguna cadena de televisión que promocione las habilidades "artísticas" de los niños griegos...



En una de las salidas del metro de la plaza Omonia vi a una persona de aspecto patético por las quemaduras semicuradas de su cabeza, que pedía limosna mientras le increpaba otra de aspecto convencional. Acaso le reprendiera, pero como se expresaban en griego, no puedo concretar más la situación...
La presencia de mendigos es tan envolvente que es difícil no tener relaciones con ellos, incluso aunque entendamos que dar limosna no es un gesto socialmente oportuno. En el metro de Atenas existen dos tipos máquinas expendedoras de billetes. Uno de ellos es similar a los de Madrid, Berlín o París; el otro es diferente y su funcionamiento no es tan intuitivo. Cuando estaba frente a una máquina del segundo tipo, intentando leer las instrucciones, una mujer de aspecto común pero muy delgada se ofreció a ayudarme... Siguiendo sus indicaciones introduje las monedas y cuando iba a recoger el billete y la vuelta, la mujer me sorprendió con un comentario casi imperativo:
—Yo te he ayudado a ti; es justo que tú me ayudes a mí: dame las monedas.
Tomó los 40 céntimos de la máquina y se alejó rápidamente, sin despedirse.
Todas las guías hablan de la hospitalidad griega con razón, pero acaso se vislumbren detalles que reflejen cambios en ese sentido: es justo que quien tiene más pague los servicios ofrecidos por quien sólo tenga orgullo y dignidad. Quid pro quo.
El conflictivo social latente se percibe irregularmente fuera de los ambientes turísticos. Se ven muchas pintadas y pancartas, algunas en castellano (Politécnica); también, banderas rojas y negras, que llevan los manifestantes cuando han de tratar con los policías “ropocopizados”, compañeros del  O’Brien orweliano.

El turismo y el patrimonio arquológico

Obviamente, la ciudad está muy condicionada por un turismo que, de acuerdo con la demanda dominante, depende de unos circuitos volcados hacia el sol, la playa y los cruceros. Ello se traduce en repercusiones no siempre positivas para la gestión general, sobre todo, en momentos tan hipotecados por la necesidad de rentabilizar los esfuerzos presupuestarios. En ese sentido, los paralelismos con Andalucía y Levante son obvios.
Si echamos un vistazo a los programas de las agencias, observaremos que en circuitos de una semana, apenas se dedican dos días completos para visitar Atenas que, a su vez, estarán hipotecados por la visita obligada a la Acrópolis, que ocupará, necesariamente, una mañana o una tarde. Con esas posibilidades, quedarían dos o tres paseos, según las circunstancias de los vuelos de ida y vuelta, que son pocos para atender al enorme potencial de lo que la cultura griega dejó en una de sus ciudades más emblemáticas. Y ello en el caso de que la visita no se limite a una escapada matutina o vespertina desde el barco, anclado en el Pireo.


Y en Atenas se nota esa concentración de voluntades más o menos forzadas, de manera que la gente se acumula en la Acrópolis y en los alrededores de Plaka, pero las aglomeraciones desaparecen en el resto de las interesantes instalaciones culturales —mayoritariamente arqueológicas—. El único lugar que refleja cierta “demanda” es el nuevo Museo de la Acrópolis, por supuesto, sin llegar a las situaciones de otras grandes instituciones europeas y americanas. En contrapartida, es sumamente agradable visitar esos museos y yacimientos “secundarios” porque tienen tantos visitantes como los provinciales españoles, aunque ofrecen colecciones cuidadosamente distribuidas para que siempre exista algo singular, importante o, incluso, excepcional; pero es obvio que esa estrategia no consigue movilizar el interés de los “grandes grupos”. Y como sucede en otros ámbitos ciudadanos, las indicaciones están en griego y en inglés y casi todo el mundo tiene capacidad para comunicarse con el visitante, aunque no sea con acento de Oxford.
El precio de acceso a las zonas arqueológicas es bajo, comparado con la situación dominante en el sur de Europa,  porque por 12 € se pueden visitar, además de la Acrópolis,  el ágora antigua, el teatro de Dionysos, el ágora romana, el complejos de Kerameikos, el templo de Zeus Olímpico y le biblioteca de Adriano; sólo queda fuera del “paquete” el Museo de la Acrópolis, donde cobran 5 €. Y algo parecido sucede con el resto de los museos e instituciones culturales.

Lo más llamativo de los yacimientos arqueológicos es la solución fáctica empleada para solventar el problema de la acumulación estratigráfica y de las superposiciones propias de un territorio que ha vivido diversas épocas y otros tantos procesos de aculturación, en cierto modo, comparables a los de la península Ibérica. Las fases más importantes fueron: formación de la cultura griega ("siglos oscuros") (600 años), cultura griega en sentido estricto (entre la resolución de las guerras médicas y la asimilación al Imperio Romano en 148 a JC, 400 años): la romana (545 años), la bizantina (1.000 años), la islámica (430 años) y la "recuperación" del siglo XX (desde 1821 hasta la actualidad). La práctica museística no refleja esa secuencia temporal ni en los ámbitos más relevantes de la "arqueología clásica". Parece obvio que, de cara a la explotación turística y educativa, las autoridades culturales han decidido enfatizar los 400 años de la cultura griega "más arquetípica" en detrimento de las demás. Reconozco mi perplejidad al observar la escasa atención que las áreas arqueológicas y los museos prestan, sobre todo, a los cinco siglos de cultura romana, contando, incluso con que algunas de ellas están condicionados decisivamente por los restos de esa cronología (templo de Zeus Olímpico y biblioteca de Adriano). Sospecho que en distintos almacenes han de tener acumuladas piezas de época romana para justificar un museo monográfico que podría competir en cantidad y calidad con los del Campidoglio; de hecho, en la Stoa de Attalos II y en el Museo Arqueológico Nacional se muestran obras "romanas" de excepcional interés, pero también son frecuentes las que, dotadas de cualidades de relevantes, menudean "abandonadas" por casi todas las áreas arqueológicas.
Imagino que en ello subyacen las circunstancias históricas recientes y el interés colectivo por configurar una "identidad nacional" construida mediante las referencias más adecuadas a las ideologías dominantes en ese proceso y, sobre todo, a los enconamientos derivados de la "dominación" turca y del sometimiento al Estado italiano.
¿Debo manifestarme sobre la escasa atención prestada a "lo bizantino"? Es penoso observar cómo cuidan las piezas bizantinas sedimentadas por el proceso histórico en todos los yacimientos importantes... En la imagen adjunta vemos cómo "se exponen" los restos bizantinos localizados (¿) en las proximidades de la Stoa, junto a la pequeña y muy remodelada iglesia del ágora antigua. En la Acrópolis sucede otro tanto.


Sintetizando

En los días próximos incluiré comentarios sobre diferentes lugares griegos, que me permitirán desarrollar las ideas apuntadas y algunas más... por supuesto, si Calíope y sus compañeras lo consienten. De momento, me limitaré a enfatizar la proximidad o, si se prefiere, el paralelismo entre ciertos aspectos de la gestión cultural griega y la de algunas regiones españolas: las situaciones vividas en los yacimientos y museos griegos fueron demasiado familiares... Hasta la anécdota del "Ice Kream", documentada junto a una de las iglesias bizantinas antiguas más "populares" (Kapnikarea), ofrece matices jocosos, innecesarios de subrayar. Consuela saber que también las autoridades culturales griegas parecen empeñadas en presentarse ante los visitantes curiosos como profundamente occidentales, como si realmente hubiera sido Solón el inspirador de las constituciones vigentes en los países desarrollados...

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