domingo, 15 de junio de 2014

¿Torpeza o maquiavelismo barato?

Una extraña abdicación

El pasado día 2 de junio, pocos días después de conocerse los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo y en una situación económica difusa, el presidente de Gobierno se presentaba ante los medios de "comunicación" para hacer saber que el rey deseaba abdicar...
Aunque la Constitución había previsto tal contingencia, por aquello de la muy acreditada "competencia" de nuestros señores diputados, siempre atentos a lo que manda quien manda, resulta que no había habido tiempo para redactar la ley que regulara tal contingencia; según los cenáculos bien informados, ello se debía a que Juan Carlos tenía la voluntad de morir reinando y se sentía ofendido cuando alguien le hablaba de semejante supuesto, que le podía dejar a los pies de los caballos; en España hay muchas personas —quizás demasiadas— dispuestas a sentarlo ante la justicia... ¿Qué otra razón podía haber para que una norma tan elemental y tan previsible se hubiera dilatado 36 años? No creo que fuera una simple cuestión de pereza, indolencia o ineptitud... aunque también.
Lógicamente, el mismo hecho de manifestar públicamente que se debería afrontar el desarrollo de un artículo de la Constitución, ponía los ojos de los analistas sobre la Carta Magna y, muy especialmente, sobre los artículos que deberían ser modificados para solventar viejas contradicciones, modernas limitaciones y problemas actuales.

Marino Rajoy. Foto tomada de Elvira Lindo
Para complicar aún más las cosas, los medios de "comunicación" ofrecieron un repertorio de explicaciones tan enrevesado y confuso que, aún hoy, es difícil conocer las causas "fuertes" que activaron la abdicación. Aunque los medios oficiales dijeron que se trataba de una decisión muy meditada, es difícil no valorar la posibilidad de que existiera una relación muy estrecha con los resultados de las elecciones europeas, teniendo en cuenta que las leyes orgánicas requieren asentimientos que podrían no alcanzarse con un parlamento excesivamente fragmentado. En todo caso, el asunto fundamental casi era obvio, aunque no lo destacaran los medios: ¿le renuncia obedecía a motivaciones personales o políticas? Aunque en un sistema monárquico, la línea de separación entre lo uno y lo otro sea sutil, convendría conocer la respuesta precisa...
Algunos "periodistas" (no sé si sobran las comillas) se lanzaron al coso con euforia sensacionalista para enfatizar la fachada personal destacando posibles "razones" aparentemente triviales, pero que conectaban la decisión con asuntos de corazón o bragueta —según el talante del relator—; y hablaron de divorcio, de amor... Aún otros, de actitud más previsora, hicieron quinielas pensando en lo que pudiera decidir el juez Castro con la infanta Cristina y su esposo: "se prevé que su decisión sobre la imputación de la infanta Cristina sea conocida tras la proclamación de Felipe VI. Únicamente algún analista "exótico" llegó decir que la abdicación podría ser un "golpe de estado" —por supuesto, extremadamente "blando"— para salvar la estabilidad del sistema... La llegada de Felipe VI al vértice del Estado puede resolver el enojoso problema de la pésima imagen de la Casa Real y, al mismo tiempo, definir una referencia hacia donde deberían caminar los partidos políticos para salir de la zahúrda en que se han convertido las instituciones españolas. Si creemos las noticias aparecidas de tapadillo durante estos días, ciertos personajes de mucho peso económico podrían haber puesto sobre la mesa la necesidad de una "segunda transición" orientada, muy especialmente, a resolver el "problema catalán". Lo de la basura... Ya se están ocupando los jueces y ... ¿a quién le preocupa?
Lo más posible es que hayan incidido las "razones" de naturaleza diversa que cualquier ciudadano medianamente informado puede suponer: las mencionadas y las que conoceremos durante los próximos días. El señor Homs, en alarde de acerado ingenio sintético dijo que el rey había abdicado "para mantener la empresa familiar". Puede que no anduviera demasiado desencaminado porque en las actuales condiciones políticas, era previsible que el cambio en la jefatura del Estado, aunque desencadene fuertes respuestas sociales sobre el papel de la monarquía, pondría un marcha un proceso de continuidad constitucional garantizado por la previsible convergencia de los votos de los diputados de los dos partidos mayoritarios. De hecho, dicha continuidad se ha escenificado durante estos días en términos impúdicos: los diputados, en mayoría cercana a las vergonzantes cifras de las cortes franquistas,  han dejado al margen la cuestión constitucional, han aprobado la abdicación y, con ello, indirectamente, han escenificado la "estabilidad" que exigen los mercados. ¿A qué precio? ¿Al de asumir incremento de la erosión del PSOE, que le podría conducir a un callejón sin salida? ¿Qué sucedería si, ante la más que evidente coincidencia de intereses entre el PP y el PSOE, el electorado "de centro-izquierda" convirtiera a éste en un fuerza política marginal? Paradójicamente, ese sería el momento de plantear la disyuntiva entre Monarquía y República... No sé si quienes están moviendo los hilos lo habrán tenido en cuenta.

Alfredo Pérez Rubalcaba.  Foto EFE
La Constitución como problema o como solución

Por suerte o por desgracia, la Historia no la hacen los individuos, incluso aunque sean reyes o políticos muy principales: quién esté al frente de la jefatura del Estado es, en cierto modo, asunto baladí. Son mucho más importantes otras "cosas" y, por supuesto, las normas que tienen por objeto armonizar las relaciones sociales... Cuando en una sociedad se aprecia grave perturbación del orden social, obviamente se impone revisar las normas; arduo trabajo para los representantes del futuro que debería comenzar por la reforma de la ley más básica.
Cada día somos más quienes nos preguntamos qué sentido tiene, a estas alturas, levantar el texto constitucional como algunos musulmanes levantaron el Corán en la batalla del Gran Zab, para anatematizar a quienes pretenden buscar soluciones a los peliagudos problemas actuales, cuando el propio Estado es incapaz de garantizar el cumplimiento de los artículos de orientación social (capítulo III). Si unimos a ello que, en la situación política actual, es una obviedad monumental la necesidad de buscar una normativa que de respuesta a los cada vez más perentorios problemas territoriales, sólo falta un poco de sentido común para intentar la aventura de anticiparse a "lo inevitable". Y el momento actual ofrece unas posibilidades claras por cuanto el cambio de monarca coloca sobre la mesa la inexcusable necesidad de ello, aunque sólo sea para suprimir el bochornoso residuo de prehistórico machismo heredado de la Ley Sálica y que acaso hubiera convenido mantener en el pasado por razones que nadie se atreverá a formular públicamente.No obstante, el cambio al frente del Estado diluye toda prevención y despeja el camino para que se afronte la aventura deseada por amplios sectores de la población, por razones no siempre fáciles de armonizar. Para los grupos más conservadores, paradógicamente, se trataría de suprimir los prejuicios machistas... y de buscar el modo de incluir los derechos sociales en un tono infinitamente más "suave"; únicamente.
Para los demás, sería fundamental encontrar un nuevo texto que ayude a resolver los problemas actuales (paro, corrupción, descrédito de las instituciones, etc.) y, ante todo, armonice las aspiraciones políticas expuestas por los grupos más activos y, sobre todo, por los que presentan retos más delicados.
Sin embargo, no parece que esa voluntad haya calado en el gobierno, tal y como acredita el enroque del Presidente (¿presidente?), continuador celoso y enfervorizado de la política de pasividad que caracterizó al viejo "caudillo"; aquí tampoco se mueve Versalles ni ante la caída de la Bastilla. Pero ha sucedido algo que podría anticipar esa caída o algo parecido. En las recientes elecciones al Parlamento Europeo, un partido de "sans coulottes" se ha hecho con un número muy estimable de votos y ello no se ha traducido en un cambio de estrategia ante los asuntos que más preocupan a la sociedad española; por el contrario, como cuando gobernaba el PSOE, los dirigentes del PP se han apresurado a decir que fallaba "la comunicación", y para reforzar el análisis de Pablo Iglesias, los medios de comunicación se han unido al dislate cegato para manifestarse como lo que ellos mismos pretenden negar: la entidad de "la casta". Al giro del electorado, las fuerzas políticas dominantes y sus órganos de expresión han respondido con dos torpezas monumentales:: la feroz descalificación de Podemos y el estúpido y untuoso ensalzamiento de todo lo relacionado con la Casa Real.

Portada autocensurada
Las torpezas

La feroz descalificación de Podemos acaso esté fomentando justo lo contrario de lo que persiguen sus promotores, que una vez más acreditan el exceso de "inteligencia" propio de la endogamia; como sucediera hace años con la campaña "españolista" de los magnates del PP frente al nacionalismo catalán, cada vez que aparece en los medios un personaje destacando las "perversiones" de Podemos, acaso estén creciendo exponencialmente el número de votantes de esa formación. Son las consecuencias de hacer política como si estuvieran jugando al monopoly...
La monolítica postura de los medios procurando lavar la imagen de la monarquía ha propiciado una situación de sainete más propia de las comedias más agrias de I.A.L. Diamond y B. Wilder que de la realidad política de una sociedad europea desarrollada. Y el ejemplo más elocuente ha sido, sin duda, el caso de la revista El Jueves; la autocensura de su portada crítica con la Casa Real movilizó un efecto mediático que acaso obligue a cambiar el nombre del fenómeno; desde aquí propongo que deje de conocerse como "efecto Streisand", para convertirse en "efecto regio" o algo parecido, teniendo en cuenta que la Casa Real española ha tropezado varias veces en la misma piedra... ¡Y no aprenden!
Y todo ello, en un contexto muy enrarecido porque en paralelo al clamor de las lisonjas empalagosas los medios de comunicación menos disciplinados ofrecían reflexiones profundamente contradictorias con lo proporcionado por los medios sumisos.

El nuevo tablero político

Si estuviéramos en un país "normal" en el contexto europeo, no habría nada que decir al proceso de continuidad institucional personificado en la figura del futuro rey; la estabilidad institucional es un factor muy importante para el desarrollo económico y social, pero... ¿Qué sentido tiene mantener el actual estado de podredumbre general? O dicho de otro modo: puestos a un momento de cambio definido desde la cúpula del Estado, ¿por qué no aprovecharlo para aportar las reformas necesarias para salir de la actual zahúrda y buscar solución para un problema que se va haciendo más complejo con el paso del tiempo?
Sea como fuere, no parece razonable que, en momentos tan delicados como los actuales, la situación de un Estado democrático del siglo XXI dependa en tanta medida de factores artificiosos, pero sobre todo, de las circunstancias de una persona...
Sobre todo, si tenemos en cuenta cómo se está modificando el actual tablero político, con un PP en declive y constantemente cuestionado en la honestidad de sus dirigentes y un PSOE en manifiesto proceso de desintegración, complicado de detener, porque la apuesta por la estabilidad de la actual cúpula no convence a unos votantes cada vez más irritados y predispuestos a orientar el voto hacia la abstención o hacia los partidos radicales. No creo que la situación económica cambie lo suficiente como para que los votantes contemplen el panorama con los ojos de hace unos años...
Tal y como van las cosas, no debería extrañarnos que en las próximas elecciones generales no fuera posible crear un gobierno "estable" sumando los diputados de los partidos de "la casta". Si así fuera, no quiero ni imaginarme la situación... En cierto modo, comprendo la reacción histérica de los personajes de "la casta": tendrán que operar con inteligencia y esa cualidad ha desaparecido de la vida pública a fuerza de tanta endogamia. Como en la reproducción natural, la endogamia genera degradación...

Artur Mas. Foto EFE
Federalismo o estados libremente asociados

En esas condiciones tan poco halagüeñas, hasta el presidente de la Generalitat de Catalunya, que jamás ha perdido la iniciativa en el tablero político, ha hecho un guiño aparentemente promonárquico al asegurar su asistencia a la coronación... ¿Por qué? Fuentes generalmente bien informadas han enfatizado que los magnates de las más importantes empresas españolas, incluidas las catalanas, estarían intrigando para que durante el verano, el señor Rajoy y el señor Mas se reunieran junto con el nuevo Rey, en papel de moderador, para que entre todos encuentren la solución al actual laberinto catalán... Pero... ¿qué soluciones caben?
Desde hace tiempo, los dirigentes del PSOE y algunos del PP hablan de federalismo, sin embargo, no veo la manera de transformar el actual Estado de las Autonomías en un Estado Federal sin que ello suponga mantener la madera carcomida del tinglado institucional, porque los mandarines regionales no parecen estar por la labor de alterar el juego "simétrico", que les permite vivir por encima de "nuestras posibilidades".
Sólo parece haber una solución práctica: alterar el "juego simétrico" y crear una estructura que de respuesta a la realidad de los diferentes "sentimientos sociales" acreditados en Cataluña y, por supuesto, en el País Vasco. Y sólo se me ocurren pocas soluciones: reorganizar el actual modelo autonómico de modo que también Cataluña tuviera un régimen fiscal similar al del País Vasco (según la fórmula concreta elegida, cabrían varias opciones) y generar una confederación de "estados libremente asociados" bajo el amparo de la corona. Tal y como están las cosas en la sociedad catalana y gracias a la torpeza progresiva del señor Rajoy y sus ministros, no creo que la primera fórmula fuera factible: en Cataluña ya ha calado demasiado hondo el deseo de independencia.
Para la segunda vía, el proceso, necesariamente, debería pasar por la formulación de una nueva Constitución que deberían pactar cuanto antes las fuerzas políticas integradas en el actual status quo para simplificar el proceso, porque las circunstancias podrían cambiar rápidamente si los partidos no integrados en el sistema (IU, Podemos y similares) consiguieran un número de diputados suficientes para convertir el Estado en un avispero. Esa urgencia haría necesario que el líder del PSOE se sumara a las negociaciones... Quizás ello ayude a entender la actitud remisa del señor Pérez Rubalcaba y del resto de los líderes históricos por desentenderse definitivamente del control político del partido.
La propuesta de la asociación de "estados libres" tiene otros dos puntos débiles: "la casta" no admitirá fácilmente una situación desequilibrada para los intereses de los mandarines regionales y, por supuesto, a nadie se le escaparía que dicha solución establecería una situación idónea para los intereses de los nacionalistas... Por un lado, una vez reconocida la entidad estatal de Cataluña, nada podría detener la separación total; por otro, el tiempo en que se mantuviera la asociación de estados ofrecería un marco ideal para resolver los problemas institucionales que pudieran limitar la entrada de Cataluña en Europa como miembro de pleno derecho.
Sea como fuere, el primer paso debería ser poner en marcha un proceso constituyente, pero, al parecer, los líderes del PP no están por la labor. Lo expresó con claridad la señora vicepresidenta del gobierno; el procedimiento está muy claro: sólo hay que conseguir que los parlamentarios, en mayoría absoluta, lo acuerden para iniciar los trámites... Para entonces, ¿dónde estaría Cataluña?
Como no creo en la estupidez de nadie, deduzco que los magnates del PP han decidido intentar reajustar el "marco constitucional" en petit comité, en el seno de esas negociaciones inevitables entre PP, PSOE y A. Mas, a las que no debería sumarse ningún "bilivariano descontrolado"... ¿Tampoco nadie de ERC? ¿No tiene relevancia el "sentimiento generalizado" de los catalanes?; ¿creen que se les puede manipular con facilidad?
Supongo que el señor Junqueras contemplará la situación con una sonrisa de oreja a oreja...
Aunque los medios lo están esgrimiendo constantemente como espantajo apocalíptico, no creo que estamos condenados al famoso "choque de trenes"... porque uno de ellos camina con firmeza, guiado con inteligencia y seguridad y el otro, que se mueve con la agilidad de la locomotora de Dumbo, acaso no sepa ni donde está la vía.

Oriol Junqueras. Foto ACN
Estabilidad

Hemos llegado al momento de recoger lo que nuestros magnates llevan sembrando desde hace mucho tiempo, con el apoyo de un entramado jurídico construido pacientemente durante treinta años e inclinado siempre en la misma dirección. La crisis sólo ha sido como el viento que arranca las vendas del enfermo y pone a la vista las llagas gangrenadas. Y esos frutos están en las antípodas de la "estabilidad" que pregonan a los cuatro vientos quienes creen que la acción política es un juego inocente.
Por estabilidad se mantiene la continuidad dinásticas, aunque ellos suponga incrementar la implantación social de los nacionalismos catalán y vasco; por estabilidad jurídica se mantiene una estructura judicial garantista que deja en libertad a los banqueros de conducta irregular y expulsa de la carrera judicial a los jueces osados; por estabilidad política se somete el Parlamento a los dictados de los mercados; por estabilidad financiera se restringe la sanidad pública; por estabilidad presupuestaria se dinamita la educación pública"; por estabilidad hipotecaria se ejecutan desahucios; por estabilidad institucional se mantiene una Constitución tan obsoleta que ni es capaz de integrar el principio legal de la igualdad entre hombre y mujer y que sólo sirve para agudizar los problemas nacionalistas... Por estabilidad se cierra el debate constitucional a quienes podrían anticipar los problemas que, más tarde o más temprano, emergerán...
¿De qué estabilidad estamos hablando? ¿De la estabilidad del Estado español o de la estabilidad de los intereses del grupo dominante?
Como no creo en las polaridades maniqueas ni en la estulticia generalizada de mis semejantes —los asesores del señor Rajoy no pueden ser tan estúpidos como parecen—, llego a la conclusión de que a quienes integran el llamado "bloque constitucionalista", es decir, a "la casta" que ha garantizado a las agencias de rating estabilidad institucional a medio y largo plazo, nos le preocupa demasiado el actual desmoronamiento institucional y hasta la previsible la independencia de Cataluña y Euskadi: cuando eso ocurra y teniendo en cuenta el "perfil" sociológico del resto de la Península, la posibilidad de que aparezcan reacciones políticas relevantes y difíciles de controlar como la de ERC, Podemos o Guanyem Barcelona será mínima y, en consecuencia, la pérdida de votos de ambas formaciones registrará una inflexión que les garantizará seguir controlando el Estado español por los siglos de los siglos. Maquiavelismo barato.

Creo que jamás he deseado tanto equivocarme...

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