martes, 23 de septiembre de 2014

El museo de Pontevedra, sexto edificio

La concepción museística

De momento está articulado en dos zonas. La que conecta con el Palacio de la Diputación, que durante estos días está en obras, y el edificio nuevo; según la web oficial:

"Se trata de un edificio de reciente construcción que supone para el Museo una ampliación de diez mil metros cuadrados dedicados a salas de exposiciones permanentes y temporales, talleres de restauración, auditorio con capacidad para doscientas cuarenta personas y cafetería.
Las obras de este nuevo inmueble se iniciaron en 2004 según el proyecto elaborado por los arquitectos Eduardo Pesquera y Jesús Ulargui, ganadores del concurso de ideas convocado por la Diputación de Pontevedra, que sufragó su construcción, para la que contó con la colaboración del Ministerio de Cultura y de la Consellería de Cultura."

Recibe al visitante un aparatoso sistema de seguridad, que no está activado. Por el interior, no se ven los habituales conserjes de los museos, emplazados junto a una silla; al parecer, el control se realiza mediante cámaras de vídeo que seguramente funcionan como es debido. No obstante, de vez en cuando, se hace visible, como con disimulo, un vigilante con el uniforme de una empresa de seguridad…
Existen varias zonas de concepción espacial y museística diversa. Las delimitadas mediante mamparas de vidrio ofrecen espacios muy diáfanos; sin embargo, no es en ellos donde han colocado las obras, porque para esa función han delimitado espacios de concepción diametralmente opuesta. Como en otros lugares, incluso de Galicia, quienes definieron y aprobaron (eligieron) el proyecto, tampoco suscriben las ideas que, entre 1966 y 1972, aplicó Luis Isadore Kahn al Kimbell Art, Museum ni, por supuesto, con las recientemente comentadas de la Neue Pinakothek de Munich y, optaron por espacios escasamente relacionados con las posibilidades de la luz natural. Las obras están iluminadas mediante focos sujetos a regletas colocadas sobre el techo, que proporcionan el consabido efecto escenográfico, en este caso muy brillante, gracias al blanco de techos paredes y suelo. Sin embargo, el resultado perceptivo es deplorable. En la fotografía adjunta están registradas las irregularidades potenciadas por un tipo de iluminación, sólo justificado por la búsqueda de un efecto poco vinculado con las servidumbres elementales de los museos.Deseo creer que el procedimiento no se eligió porque en Pontevedra llueve mucho, porque sería sencillo establecer fórmulas de compensación...


Y esa misma circunstancia, de ofrecer al cliente (siempre decide un político) lo que el cliente desea, se advierte también en otros aspectos.  Aunque no es museo con carencias manifiestas en áreas de descanso, da la sensación de que esa servidumbre está supeditada exclusivamente al efecto visual del espacio interior: los pocos bancos existentes no están donde son más necesarios, ante las obras que merecen una contemplación más reposada, sino donde conviene a la armonía global.
Desde una visita superficial, da la sensación de ser un proyecto que no ha reparado en gastos en el tratamiento de las infraestructuras.  La articulación espacial general con salas visitables  diáfanas y zonas de separación, probablemente concebidas para albergar infraestructuras, con puertas escamoteadas, apunta en esa dirección; al igual que el “extraño” suelo con paneles que contienen integrados las salidas de climatización; sin embargo, algo debe fallar porque es algo inestable y sumamente ruidoso.

Sintetizando una visita muy rápida… Se trata de un museo muy vistoso por el interior pero que prácticamente pasa desapercibido por el exterior, al menos, en la zona donde está la puerta de acceso. Y para mayor abundamiento, los árboles del pequeño patio con el que se ofrece al visitante potencial, donde han colocado algunos carteles, cubren buena parte de la fachada y disuelven toda capacidad declamatoria. No creo que esa sea la causa principal de la reducida cifra de visitantes, pero tampoco ayuda en ese sentido. Sus gestores técnicos tendrán que ingeniárselas para conseguir que quienes pasen por las inmediaciones se animen…
Entre los problemas detectados, los más obvios son los de la iluminación; a ellos deberíamos unir los propios de casi todos los edificios públicos con muros cortina de vidrio o con grandes ventanales: es de prever elevados gastos de mantenimiento derivados de las alteraciones relacionadas con los coeficientes de dilatación de los diferentes materiales involucrados en la concepción volumétrica global. Y aún deberíamos mencionar los más prosaicos: ya se manifiesta escasa atención a la limpieza de los vidrios…

Museo de Pontevedra, Cabeza masculina, acaso de Augusto; depósito del Museo del Prado
Estelas y capiteles

La zona arqueológica, articulada en salas de escasas dimensiones, tiene en la actualidad un planteamiento bastante atractivo, gracias al uso de paneles de colores y a una iluminación que, para el tipo de objetos expuestos, cumple su función sin otros inconvenientes que las servidumbres del propio sistema, que aquí es menos molesto.
Desde los intereses de “mi negociado”, el museo cuenta con varios cpiteles sumamente interesantes, de los que sólo tenía referencia gráfica elemental, sumistrada en su día  —hace ya unos cuantos años— por el propio museo, que se portó con una diligencia encomiable. A ellos convenía unir varias piezas de época romana que podían ilustrar ciertos aspectos comentados en este blog...

Estela de Cornelius Creius (Ira Flavia) (detalle de la parte superior)
Además de las escasas esculturas de época romana, de factura sumamente tosca, que, a mi juicio, informan sobre las previsibles características de la ornamentación arquitectónica de la misma época, se pueden contemplar varias estelas funerarias con los rasgos que parecen ser frecuentes en el cuadrante noroeste de la península Ibérica: concepción sumaria, afín a la escultura mencionada, estructuras de arquillos en series de tres —en algún caso, sugieren arquerías ultrapasadas aunque creo que es efecto “óptico”, porque, en realidad, son semicirculares— y la muy frecuentes ”flores” de seis pétalos muy repetidas en las estelas del antiguo reciento de Gallaecia (más amplio que la actual Galicia).
Todo ello encaja bien con el planteamiento ofrecido en estas páginas sobre las circunstancias culturales de la tardoantigüedad en el noroeste de la Península...

 En las salas es posible contemplar varios capiteles explicados con escasa fortuna en un panel:

“El Museo de Pontevedra posee una valiosa colección de capiteles altomedievales. Los más antiguos, datados entre el siglo V y el VI, son de tipo compuesto y documentan la pervivencia de formulaciones clasicistas. Proceden de Setecoros (Valga, Pontevedra) y están realizados en mármol local. Algunos, de excelente calidad, fueron considerados en el pasado un producto de importación. Son obra, en realidad, de un taller foráneo activo en Galicia.
Los capiteles procedentes de Beade (Vigo, Pontevedra) y Xanza (Valga, Pontevedra), labrados en duro granito gallego y ejecutados por diferentes artífices, están fechados hacia los siglos IX y X. Son mucho más toscos pero muestran su empeño en recuperar la presencia de los acantos clásicos”.

Ignoro si tienen más piezas de Setecoros de las que se pueden contemplar en la sala correspondiente y de las que no tengo noticias, pero entre los allí expuestos no existe ningún capitel compuesto. Sospecho que han interpretado mal el aspecto que ofrece la parte superior de los más erosionados, porque, en realidad, siguen un modelo bastante frecuente en el noroeste peninsular con dobles volutas en cada grupo caulículos-cáliz-volutas (en la reciente entrada de San Fructuoso se pueden contemplar varios similares). Sospecho también que quizás han forzado la relación de estos capiteles con algunos modelos más “evolucionados” de zonas no muy alejadas (Camarzana de Tera, Zamora y Santullano de los Prados, Oviedo), en los que realmente es difícil saber si siguen la tradición del orden compuesto o la del orden corintio, pero incluso en esos casos, por lo general, suelen ser derivaciones corintias (o corintizantes), porque en la península Ibérica han aparecido muy pocos capiteles compuestos.

Capitel 2.081, procedente de la iglesia de San Salvador de Setecoros
Las circunstancias indicadas se aprecian bien en el que tiene el número de registro 2.081, que procede de Setecoros: aunque las volutas centrales, las que están bajo las cartelas, están muy erosionados. Por esa circunstancia, es difícil distinguir el carácter de la ornamentación original, pero es sencillo apreciar los rasgos estructurales que determinan la tipología. Sigue la tradición del orden corintio, en la modalidad de dobles volutas mencionada, con dos coronas de hojas; también cuenta con caulículos, cáliz desarrollado, ábaco perfectamente definido de brazos curvos y collarino de cierto grosor, abocelado. Sería arriesgado definir paralelos concretos, por razones obvias.

El capitel 2082 es similiar al anterior, aunque por fortuna, es más fácil distinguir sus elementos e intuir cómo pudieron ser los acantos, probablemente similares a variedades muy comunes desde finales del siglo I y durante el siglo II  (Pensabene 229 y sucesivos); tiene la peculiaridad de que el kálatos está poco marcado en el cuerpo superior, tal y como suele ser relativamente frecuente en la misma zona geográfica, donde conviven capiteles con kálatos y labio perfectamente definidos con otros como éste. Esa peculiaridad deriva del gran desarrollo de la floración bajo volutas, que es una circunstancia documentada en el mundo romano a partir del siglo II (Pensabene 274) (existen capiteles griegos muy anteriores con esa cualidad).

Capitel 2082, procedente de San Salvador de Setecolores
El 2084 ofrece un efecto visual muy condicionado por el tipo de piedra (mármol azul de Incio, Lugo), que acaso haya favorecido el equívoco antes mencionado. Sin embargo, en él se distinguen perfectamente los elementos del orden en la misma variedad de los anteriores; en este caso hasta se aprecia un borde del kálatos con perlado, que lo hace especialmente original, pero dentro de las pautas habituales durante el siglo II. Tuvo collarino abocelado, que ha sido suprimido de modo bárbaro; los "acantos" ofrecen modalidad evolucionada, muy esquematizada, que podría orientar hacia una realización algo tardía. Por el contrario, en el cuerpo superior las volutas ganan espacio relativo a expensas del ornato vegetal, circunstancia que podría retrasar la clasificación.

Capitel 2084, procede de San Salvador de Setecoros
El capitel de Xanza, que sólo conozco por las imágenes publicadas, es de una concepción estructural similar a los anteriores y también está muy erosionado; se aprecian hojas de acanto aparentemente convencionales, propias de los siglos I y II; únicamente se aleja de los prototipos más habituales en la cenefa del eje de la segunda corona, de cualidades que podrían conducirnos a relacionarlo con algunas fórmulas califales. Sin embargo, sus rasgos no desentonan entre los alardes virtuosos documentados en diferentes puntos del Imperio durante el siglo II y sería absurdo creerlo "mozárabe" por el paralelismo accidental mencionado. Por desgracia, su erosión es tan fuerte que apenas podemos imaginar el resto del ornato; posiblemente tuvo collarino abocelado, que fue mutilado; ello le aleja de las tradiciones califales y le sitúa en el contexto cultural de los de Setecoros.

Capitel de Xanza
Estos cuatro capiteles deben ser anteriores al siglo IV, es decir, debamos asociarlos a un fenómeno de romanización ajeno a los alardes declamatorios que encontramos en las grandes urbes romanas, pero no muy tardío. La existencia de diferentes modalidades en el tratamiento de los acantos no debería empujarnos a situar los capiteles de estas cualidades hacia "tiempos visigodos"; del mismo modo, la escasa evolución del  2082 no asegura mayor antigüedad. Es muy probable que estas heterogeneidades deriven de tallistas o promotores diferentes.

Capitel 2083, procedente de San Salvador de Setecoros
El 2083, según la cartela, atribuido al siglo VI y también procedente de Setecoros, refleja una manera de entender el orden corintio distinta de los anteriores. La estructura permanece dentro de las pautas del orden corintio, aunque son obvias las diferencias con los prototipos del Pleno Imperio. En contexto local, sorprende que carezca de collarino, como suele ser norma en los capiteles romanos del noroeste.
Lo que subsiste del orden corintio: la articulación definida por el cesto, cilíndrico en la parte inferior y muy marcado en el borde del cuerpo superior, las dos coronas de hojas, el conjunto de caulículos, cáliz muy desarrollado y volutas que casi podríamos llamar zarcillos enrollados hacia el interior; también conserva la articulación del ábaco, con brazos de fuerte concavidad y la decoración floral, en los elementos que definen los ejes, con flores dentro de cartelas rectangulares, y la molduración del propio ábaco.
Lo más llamativo son, sin duda, los elementos de ornato sogueado en los caulículos y en los frentes de los discos definidos por las “volutas” angulares, y el tipo de “acanto” de concepción muy sumaria, obtenido mediante hojas que casi han perdido el carácter original del acantus mollis.
Desde esas circunstancias, ciertamente es difícil establecer un momento de atribución preciso, por razones obvias: los paralelos formales que podríamos citar en relación a este capitel estarían forzando relaciones poco sólidas (en Mazote hay algún capitel con elementos relativamente próximos; en Soria también). Teniendo en cuenta que las piezas "evolucionadas" —en ocasiones, muy evolucionadas—que van apareciendo en contextos arqueológicos bien documentados nos aseguran la existencia de estas modalidades, que tradicionalmente considerábamos “de época visigoda”, en ámbitos próximos al siglo IV, lo más probable es que también en este caso nos encontremos ante un capitel que deberíamos situar en los alrededores del año 300, pero bajo la sospecha de que pudiera ser, incluso, anterior al siglo IV. Es llamativo que tanto en este caso como en el de los otros de Setecoros no se aprecie la influencia oriental que distingue las piezas más evolucionadas. En éste se podrían forzar los términos para relacionar las disminuidas volutas interiores con fórmulas documentadas en el palacio de Diocleciano en Split, pero ya digo que sería "forzando los términos". Lo más probable es que los elementos aparentemente evolucionados de esta capitel sean transposiciones de fórmulas habituales en las variedades corintizantes de los siglos I y II, donde no son raras hojas comparables a las de éste.

En definitiva, es muy probable que todos estos capiteles sean producto de los procesos de romanización que llegaron al noroeste de la península Ibérica en los alrededores del año 200, con la escasa depuración ofrecida por otras manifestaciones culturales de los siglos I y I; el único que rompe la homegenidad ofrecida por los restos de esta zona es el 2083, que carece de collarino; ello podría indicar que acaso fue trasportado desde algún lugar relativamente alejado, pero tampoco deberíamos descartar que se hubiera realizado en Gallaecia (por supuesto, en la Gallaecia romana) algún edificio siguiendo las pautas más frecuentes en todo el Imperio.

No pude ver dos capiteles más de los que tengo noticia: uno de Beade y otro de procedencia desconocida del que ni tan siquiera guardo referencia gráfica elemental...

Acotación marginal.

Me parece innecesario que en las cartelas se apliquen criterios de clasificación ajenos a la naturaleza de estas piezas: salvo unos pocos capiteles califales, la inmensa mayoría de los romanos (de todo el Imperio) y altomedievales son “anónimos”.

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