domingo, 4 de diciembre de 2016

Lo políticamente correcto

Me pasa Rosario la referencia a un artículo aparcecido en Vozpopuli, firmado por Javier Benegas y Juan M. Blanco, alusivo a las implicaciones académicas de la dictadura de lo politicamente correcto. Hace unos meses la revista Newsweek publicó un estudio amplio sobre el mismo asunto... El artículo de Vozpopuli comienza aludiendo a un "lugar común" en estos asuntos: el caso de Colema Silk, masacrado personal y profesionalmente por un comentario que fue malinterpretado en términos racistas. Y es que el racismo ha engendrado una "sensibilidad" tan enfermiza como para que, en ciertas zonas de USA, se considere inconveniente que los niños lean Matar a un ruiseñorHuckleberry Finn, ambas de fundamento argumental profundamente antirracista, aunque ello implique presuponer que los profesores son incapaces de "compensar" las expresiones perversas aparecidas en ambos libros,
El artículo citado también menciona el coincido caso de Lawrence Summers, 27º Presidente de la Univerdidad de Harvard (2001-2006), que en la National Bureau of Economic Research hizo un comentario off-the-record  para indicar que el irregular reparto de los cargos de alta responsabilidad científica entre las mujeres podía deberse a razones de diversa naturaleza y a factores innatos; y destacó la mayor dispersión de la inteligencia masculina y que no todas las mujeres están dispuestas a emplear en la carrera profesional los mismos esfuerzos que la mayoría de los hombres. El comentario desencadenó una polémica que erosionó gravemente su prestigio: fue acusado de machista y hubo de dimitir. Según cuentan, en paralelo, la situación movilizó la capacidad creativa de Eileen Pollack, que escribió un ensayo publicado en 2015: The Only Woman in the Room: Why Science Is Still a Boys' Club... 



Lawrence Summers había unido "la cuestión femenina" a un asunto particularmente vidrioso: lo genético... Aún hoy es "de mal tono" enfatizar la relevancia de los factores innatos, porque ello se suele interpretar como veleidad propia de quienes añoran a Hitler; como si los factores genéticos no fueran relevantes en los fenómenos de conducta humana, tanto en el aspecto físico como en el psicológico. Aún están frescas la reticencias que activó la concesión del Premio Nobel a Konrad Lorenz en 1973 por sus estudios de Etología, dado que, como otras muchas personas alemanas de su generación, había sido nazi: enfatizar la relevancia de los instintos sólo podía ser fruto de una mentalidad amoldada a los principios del Führer... El peso de esa corriente es tan poderosa que aún hoy suena mal, incluso en ciertos ambientes psicológicos, hablar de "factores innatos", incluso aunque sepamos que algunos de los modelos educativos con mejores resultados prácticos derivan de planteamientos construidos, precisamente, desde la consideración de las "cualidades naturales" (innatas) de los niños, que se deben potenciar (por ejemplo, la "creatividad") o "reconducir" (por ejemplo, la "agresividad"). De momento y aunque nuestra salud dependa de ello, todo lo relacionado con la Genética es sospechoso de veleidades nazis, xenófobas o, en todo caso, ultrarreaccionarias.
La situación no es nueva. En la Universidad siempre ha existido intolerancia ante las ideas que confrontaban con las asumidas por las "mayorías cualificadas"; y éstas siempre han sido reforzadas y divulgadas por quienes extraían beneficio del principio de autoridad, que en muchos casos es transposición del principio de fidelidad, propio del régimen señorial y no de los "templos" del conocimiento. Claro que si son templos...
Por desgracia, no es el único elemento heredado de tiempos pretéritos, porque aún quedan otros particularmente significativos, como el "Gaudeamus igitur", que he visto cantar a dignísimas señoras de elevado rango académico, por supuesto, con chuleta para la letra, pero con fervor exaltado, y que se mantiene como himno universitario en numerosos lugares del universo mundo, incluso aunque en su letra pervivan alusiones mal sintonizadas con nuestros valores actuales:

(,,,)
Vivant omnes virgines,
faciles, formosae
vivant et mulieres
tenerae, amabiles
bonae, laboriosae.
Vivat nostra societas!
Vivant studiosi!
Crescat una veritas,
floreat fraternitas,
patriae prosperitas.
Vivat et res publica,
et qui illam regit.
Vivat nostra civitas,
Maecenatum charitas,
quae nos hic protegit.
(...)
Para quienes no sepan latín o no les apetezca recurrir al traductor de Google, a continuación, una versión subtitulada en castellano:



Por razones obvias, en este punto silenciaré las mil circunstancias que decoran asunto tan abstruso y de implicaciones contradictorias, no sin dedicar una reflexión minúscula a una de las consecuencias más señeras: la pretensión de modificar el lenguaje para acomodarlo a una situación "nueva" que, según dicen, ha superado las servidumbres del pasado. Pasando por alto que el lenguaje se substancia por el uso, durante los últimos años en casi todas las universidades de España han proliferado "recomendaciones" para que lo empleemos "superando" las veleidades machistas. Por ejemplo, en la Guía de uso no sexista del vocabulario español, publicada por la Universidad de Murcia, donde existe una "Unidad para la Igualdad entre Hombres y Mujeres" (sic) se lee: "Para hacer un uso no discriminatorio del lenguaje se deben tener en cuenta no sólo los aspectos formales de la lengua, sino también los aspectos sociales y culturales como los que desarrollamos a continuación.". Y, entre una legión de propuestas que habrán puesto los pelos como escarpias a los académicos de la Real, sugieren sustituir los genéricos masculinos por la cantinela de "los niños y las niñas", "el ganador y/o la ganadora", etc. que tantas veces repiten nuestros políticos ilustrados, especialmente sensibles a lo que proporciona votos...  Aunque sea impopular decirlo, no me parece buena idea este planteamiento en un momento de analfabetismo funcional tan extendido, que se ha instalado incluso en ciertos ambientes de la propia Universidad, al amparo de las críticas al lenguaje formuladas por quienes vulgarizaron el pensamiento de Derrida... A mi juicio, la Universidad no debería olvidar la importancia que tiene saber expresarse con corrección, aunque como en los tiempos de los debates nominalistas, creamos —unos más que otros— en la magia de las palabras y en que sólo con cambiar las expresiones y el significado de los términos, se resolverán los problemas más graves y las injusticias más lacerantes. Siempre había creído que, para el interés social, era fundamental que la Universidad cumpliera su cometido también en esos asuntos, pero acaso esté confundido.

A los ejemplos "racista" y "sexista", deberíamos unir otro igual de claro: el "cambio climático", puesto de rabiosa actualidad por el nuevo presidente USA. Sin necesidad de negar el efecto perverso de la contaminación —sería absurdo y ridículo— y de la producción de gases que movilizan efectos perversos de todo tipo, sigue siendo razonable cuestionar ciertas previsiones apocalípticas y, por supuesto, otras exageradamente precisas. La relevancia de la actividad solar, la existencia conocida de ciclos naturales que presupusieron periodos de glaciación y otros posteriores de calentamiento, al parecer no son hechos relevantes... Hace años el debate subyacente llegó a los tribunales británicos a propósito del documental Una verdad incómoda, de Al Gore, y el juez Burton, del Tribunal Superior de Londres, dictaminó que en él se apreciaban nueve errores graves y que, en todo caso, el planteamiento apocalíptico ofrecido en él era políticamente partidista y no se correspondía con lo argumentado por las Ciencias preocupadas por el cambio climático.
Por desgracia, si se nos ocurriera hacernos eco de esa sentencia, automáticamente, se nos arrojaría al grupo humano liderado por personajes como D. Trump o M. Rajoy que, para complicar aún más el argado, sólo son portavoces de unos entidades que anteponen la codicia de quienes están en ellas al interés general. Puestas así las cosas no debería extrañar demasiado que sea "políticamente sensato" alinearse con Al Gore, que, por supuesto, también es portavoz de otros intereses económicos, seguramente más nobles que los definidos por las industrias del carbón y los hidrocarburos; incluso, aunque, en asuntos de conocimiento estricto, no sea sensato. Y para ilustrar esta situación basta echar un vistazo a Art Basel Miami Beach, 2016, de actualidad durante estos días: según recoge The Art Newspaper, "el cambio climático es el tema de moda".



A mi juicio, esa situación de apariencia engolada pero que coquetea con la estulticia, deriva de causas complejas entre las que deseo enfatizar hoy dos intimamente interrelacionados: la capacidad de los medios para generar un ambiente cultural rígidamente homogéneo y la peculiar situación de las Ciencias Sociales, en crisis permanente desde que el sistema liberal clasificó el conocimiento en función de sus propios intereses.
Esa homogeneización, que se se retroalimenta todos los días en las coletillas "obvias" de los creadores de opinión,  ha propiciado que del fanatismo políticamente correcto no se salven ni los sectores progresistas, donde, tradicionalmente, desde los tiempos de Descartes, reinaba la actitud crítica; hoy son frecuentes los axiomas imposibles de cuestionar sin que se abra la caja de los truenos y se active la máquina de las descalificaciones; sobre todo, si nos encontramos ante asuntos polarizados por la práctica política, precisamente, como los mencionados. Defender la igualdad de derechos de la mujer, de las minorías étnicas y el bien común frente a los intereses de las multinacionales, determinan un frente que no debe ofrecer ninguna fisura... ni desde el ámbito del conocimiento. En esa situación es comprensible que, en nuestro ambiente cultural —en el contexto de la globalización—  tenga más difusión el ensayo de Eileen Pollack que las reflexiones de Lawrence H. Summers y, por supuesto, que los trabajos de Dawkins (El gen egoísta, 1976), de hecho, casi marginales; aunque el primero sea una propuesta esencialmente reivindicativa, las reflexiones de Summers respondan al sentido común de quien lleva muchos años en ciertos ambientes y los trabajos de Dawkins sean de calado estrictamente científico.

Por otra parte, desde hace muchos años, en ciertos ambientes universitarios reina la obsesión de que si el conocimiento no sirve para obtener beneficio económico, no es útil y, por consiguiente, no merece ninguna atención; y menos aún si desde él se pueden extraer conclusiones molestas para los intereses de quienes lo activan. Ese momento ha coincidido con el "descrédito" de la inducción y, por supuesto, de las formas de conocimiento basadas en ella, como el Evolucionismo y la Ciencia Histórica. El "descrédito" del Evolucionismo, en realidad, so es sino un problema de creencias o, mejor, un conflicto de creencias, porque por debajo de él subyace la recuperación de los textos religiosos que, como todo el mundo sabe, explican mucho mejor el origen de la vida.
Más sutil es la crítica del materialismo histórico, descalificado porque los historiadores que decían que la Historia es un buen laboratorio para diseñar estrategias políticas presentes, estaban más preocupados por sus objetivos personales que por reconstruir la "realidad" del pasado. Sería estúpido negarlo, pero la Ciencia Histórica tiene recursos sobrados para poner en su sitio a quienes se han equivocado o, simplemente, han hecho un uso espurio de ella: las hipótesis perversas o equivocadas serán automáticamente sustituidas por las que expliquen mejor los fenómenos conocidos, al menos entre quienes tengan por objetivo hacer Ciencia: porque también es innegable que existen muchos profesionales del "conocimiento" cuyo objetivo es ganarse la vida sometiéndose al orden feudal. En todas las ramas de la actividad humana hay una cuota relevante de malos profesionales.



Algo parecido sucede con las expresiones que implican generalización, que dan pie a dos tipos de malentendidos. El primero, la confusión entre valoración general y valoración absoluta; el segundo deriva de negar la validez de toda generalización, porque, "como todo el mundo sabe", "no se puede generalizar". No me apetece enfatizar lo obvio pero no me resisto a indicar que la generalización sigue siendo un instrumento fundamental, no sólo para la adquisición de conocimiento. Todas las actividades científicas tienen el objetivo de formular leyes que se cumplan en la mayor parte de los casos, es decir, generalmente; la formulación de leyes absolutas, golosina para espíritus puros, queda para los filósofos medievales y para el pensamiento mítico. Y si somos capaces de controlar esa imprecisión, aplicando los oportunos márgenes de seguridad, seremos capaces de fabricar o construir objetos que cumplirán aceptablemente su función: los automóviles funcionarán y los edificios no se caerán... al menos, durante un tiempo prudencial, porque como todo el mundo sabe, los edificios no perduran eternamente y raro es el automóvil que dure más de veinte años, salvo si cae en manos de un mecánico cubano o de un conservador de museo.

Para finalizar, me pregunto cuánto tardarán las mentes privilegiadas de los cancerberos de lo políticamente correcto en suprimir el Gaudeamus igitur y en sustituirlo por un himno  más correcto y universal, como "We,ll meet again". Teniendo en cuenta quién gobernará el mundo en los próximos años y cómo están las Humanidades en la Universidad actual, no sería descabellado. Según dicen, durante la Guerra Fría, la canción, en su versión de Vera Lynn, estaba incluida en el programación musical de las emisoras de radio encargadas de transmitir para los supervivientes durante los primeros 100 días posteriores a un ataque nuclear. Y si preferimos algo menos dramático, más autóctono y más lúdico, Paquito el Chocolatero, por supuesto, en la versión de King África. Es notorio que los factores lúdicos activan la motivación y que ella es fundamental para la adquisición de conocimientos.

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