jueves, 9 de febrero de 2017

El mundo al revés o no tanto

Es para desmadejarse, contemplar a la legión de sesudos periodindas y demás profesionales de la manipulación, enfrentarse a la anomalía en la secuencia espacio-temporal, engendrada por la elección de un personaje tan políticamente incorrecto como Donald Trump. Y aún ese efecto se potencia si tenemos en cuenta que, en muy poco tiempo, todos ellos se verán obligados a reconducir sus juicios como líderes "sensatos" del PSOE, en cuanto la embajada USA de unos discretos "toques de atención" a proceder tan irreverente; al fin y al cabo, por "exótico" que sea, el señor Trump es el Presidente de la Nación más Poderosa de la Tierra; y ese detalle no es baladí ni en acotaciones ortográficas. De hecho, ya se empiezan a notar tics revisionistas entre los sectores que se muestran más unidos solidariamente a los principios de la globalización o del "narcoliberalismo", que ahora denominan "liberalismo progresista". ¡Manda güevos!. Pero nadie crea que los susodichos se han vuelto locos; sencillamente se comportan como suelen hacerlo, como veletas ante el vendaval: hoy, cuando impera el prestigio de los medios norteamericanos más sesudos, apuntan hacia el norte; mañana, cuando domine la tramontana, hacia el sur o hacia el trasero de quien mande.

Foto Slate.com
Y sin embargo, la elección del señor Trump no es sino un testimonio más de lo cabreadas que están muchas personas en un sistema que les ha empobrecido radicalmente y que no puede ni debe convertirse en fórmula sagrada que esté por encima de los intereses generales. La competitividad en un contexto globalizado ha funcionado como un sistema de vasos comunicantes, igualando a todos a la baja, mediante la diabólica media aritmética definida entre el desarrollo occidental y la precariedad social de Oriente. Como es obvio, en ese juego, del que siempre salen con pingües beneficios los mismos, los sectores financieros y las grandes multiancionales, los demás salimos más o menos trasquilados, según nuestro respectivo lugar de residencia; en algunos lugares, incluso achicharrados.
Mientras quienes propugnaban "reformas" que detuvieran el proceso globalizador eran personajes de escasa relevancia, todo iba bien: bastaba con movilizar las baterías "antipopulistas" y la retórica antivenezolana para conjurar el peligro; pero que sea un supermillonario de ideas conservadoras quien lo haga, funde todos los fusibles de las mentes más preclaras del integrismo globalizador. Para cauterizarlo, de modo casi automático, surge la consigna más devastadora: es un personaje de extrema derecha y lo ha elegido la extrema derecha. Y asunto resuelto; por desgracia, los juicios vacíos tienen poca utilidad para movilizar a "la gente", que dirían ciertos líderes y "lideresas".  Mucho me temo que en muchas regiones del planeta, son cada vez más numerosos quienes se pasan por la entrepierna lo políticamente correcto: Francia podría dar una sorpresa desagradable a quienes creen que las palabras tienen cualidades mágicas; y desde ella, nacerían consecuencias nefastas para todos. Si las autoridades europeas no dan un enérgico golpe de timón, la Unión Europea apenas tiene otra opción que polarizarse en torno a "la Gran Alemania". ¿A qué me suena esa opción...?

Marine Le Pen, foto Newsweek
La situación es tan radical que ahora mismo manifestarse a la expectativa ante los demarrares de la prensa podría tomarse como gravísima afrenta por quienes están adiestrados para defender a toda costa las bondades de una globalización que, supuestamente, va unida en su desarrollo a la superioridad moral del Sistema Democrático. Para solaz de escépticos, en los ambientes políticamente correctos, el señor Trump se ha convertido en la quintaesencia de la maldad y la torpeza: los medios han enfatizado que acepta la tortura, como si ésta fuera un elemento novedoso; que segrega por razones de religión, como si la segregación fuera un invento de quien comparte nombre con el afamado pato; que se enfrenta a los periodistas "del sistema", como si no hubiera razones objetivas (sin comillas) para hacerlo... El Papa Francisco se ha puesto en jarras y hasta Kjell Magne Bondevik, ex primer ministro de Noruega, se ha manifestado indignado porque las autoridades de inmigración le retuvieron durante una hora en el aeropuerto... como si fueran anómalas las "maneras peculiarides" que aplican dichas autoridades a quien tiene en el pasaporte un visado poco común o un nombre "sospechoso".

En suma, si seguimos los juicios dominantes en los medios, Donald Trump ha de ser un ser intrínsecamente malo y quienes le han votado, una legión de idiotas. ¿No cabe otro análisis? No, por lo visto; porque como sucede con otros asuntos "sensibles", detenerse un segundo ante los datos más elementales se interpreta como veleidad parafascista. Y sin embargo, desde mi punto de vista, Donald Trump apenas se ha manifestado como portavoz de un sentir muy arraigado en ciertos sectores sociales que, para evitar toda descalificación a priori se he revestido de cosmética ultraconservadora antigua. Tiempo habrá de ver si es posible anteponer los intereses de esos sectores sociales a los imperativos de la globalización. De momento, creo que sólo una cosa está clara: Donald Trump no le gusta absolutamente nada a quienes, de un modo u otro, proporcionan soporte "teórico" a una globalización "humanizada" desde los fundamentos del Sistema Democrático. Por lo demás... puede que sea un show man, puede que tenga ideas cavernícolas, puede que sea perverso en asuntos ecológicos, puede que sea muy hortera, puede que sea... lo que más o menos nos guste o nos disguste; pero es el presidente del Estado más poderoso del orbe y aquellas consideraciones no deberían impedirnos percibir las consecuencias previsibles de una situación nueva para el Sistema Global.
¿El mundo al revés? Tiempo habrá para contemplar cómo se equilibra la situación entre proteccionistas y globalizadores, pero mucho me temo que las mediadas aplicadas por el señor Trump repercutirán regativamente sobre quienes no vivan en USA.

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